16 sept. 2024

¿Qué hicimos para merecer a Jatar?

El diputado por Central Jatar Oso Fernández pronunció un desatinado discurso en el que trató al pueblo paraguayo de haragán e inútil, además de hacer comentarios despectivos contra aquellos a quienes él representa en el Congreso. Me llamó la atención la escasa atención que le prestó la prensa a ese disparate. Si eso lo hubiera dicho otro parlamentario, la reacción sería mayúscula. Pero Jatar, en muy corto tiempo, exhibió tal muestrario de incoherencias y limitaciones que se beneficia de la desaparición del asombro. Como no sorprende, no es noticia.

Jatar no debería estar allí, pues no tiene condiciones y su comportamiento es bravucón y prepotente. Apenas llegado al cargo, se olvidó de Cruzada Nacional y se convirtió en satélite de la bancada cartista. Estas adquisiciones son de bajo costo y suman votos a la aplanadora de Honor Colorado, pero tienen comportamientos tan cuestionables y vergonzosos que terminan siendo incómodos. Es lo que sucedió en el Senado con Chaqueñito, quien también cruzó al cartismo y terminó expulsado de esa bancada por impresentable. Y porque los votos sobran.

Jatar debería estar agradecido con el destino por ser investido como parlamentario paraguayo. Era conocido solo en el submundo de las barras bravas del fútbol, donde tenía fama de realizar “aprietes”, de acuerdo con lo que escribió el periodista Robert Singer. Llegar a diputado era un honor impensable para él unos años atrás, cuando sobrevivía de la reventa de entradas, vendiendo choripán o matando chanchos en Limpio, según recordó la senadora Yolanda Paredes. No hay nada de indigno en estas labores. El Parlamento se enriquece con representantes de sectores populares que le dan voz a quienes no suelen ser escuchados.

Pero no fue su caso. Jatar fue un prototipo del diputado avivado, existente en casi todas las bancadas. Lo primero que hizo fue incurrir en nepotismo, nombrando como asesor al hermano de su madre, Gerardo Safuán. Al poco tiempo, estaba rodeado de una decena de “asesores”. Se metió en un escándalo gordo –y hasta ahora poco investigado– al admitir que fue él quien pidió que un agente de la Senad, sospechado por filtrar informaciones a Miguel Ángel Insfrán, alias Tío Rico, sea comisionado a la Cámara de Diputados.

Hasta allí, una decepción más: un parásito más de los tantos que legó Payo Cubas a la legislatura paraguaya. ¿Con qué criterio eligió Cruzada Nacional a sus candidatos a parlamentarios? ¿Cuántas veces tendrán que pedir perdón por Jatar, Chaqueñito, Yami Nal, Zenaida y Mbururu, quien que no pudo asumir por estar preso por abuso sexual de menores? No se trata de que sean peores a lo ya conocido; se trata de que Payo prometió barrer con la vieja política y nos trajo a estos. “Resultaron unos carruajes”, expresan hoy con insuficiente decepción tanto él como Yolanda. Esos errores exigen mejores explicaciones, alguna garantía de que no se repetirán.

Pero Jatar fue más allá que todos ellos, involucrándose en episodios que huelen a corrupción, abuso y prepotencia. Lo supimos por el gesto inesperado de un efímero asesor suyo llamado Hugo Rolón, quien con una bandera tricolor al cuello, se instaló frente al Congreso anunciando una huelga de hambre. Denunció que Jatar lo había nombrado como encargado de su oficina parlamentaria, pero lo obligaba a realizar tareas domésticas en sus residencias.

Es decir, los mismos vergonzosos delitos por los que el ex diputado José María Ibáñez fue obligado a renunciar y los caseros del ex diputado Tomás Rivas, condenados. A partir de esa denuncia, surgió otra, la de invasión ilegal de un inmueble en Ayolas. Jatar la llama “La guarida del general” y le dibujó un logo con la firma del dictador Stroessner modificada por símbolos náuticos. Todo muy lindo y sobre el Paraná, excepto que la tierra no le pertenece. Los audios que se hicieron públicos desnudan la prepotencia del antiguo barrabrava, pero ahora con la petulancia del diputado.

¿Qué hicimos para merecernos esto? Pues, darle nuestros votos, legitimarlo. Si no aprendemos, no tenemos derecho a la queja.

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