El mes pasado recibimos dos importantes noticias para la economía paraguaya, ya que si aprovechamos las oportunidades que se generan, el país podrá iniciar una trayectoria al desarrollo, superando la visión exitista de un crecimiento con escaso efecto derrame e importantes externalidades ambientales negativas.
Por una parte, la calificadora de riesgos Moody’s otorgó el grado de inversión a Paraguay. La empresa calificadora señala que el resultado de Paraguay refleja una combinación de factores, entre los que se incluyen un crecimiento económico sólido y sostenido, la expectativa de que la economía se convierta en un importante motor de crecimiento y un historial de reformas institucionales que ha mejorado la evaluación de la solidez institucional y de la gobernanza.
La obtención del grado de inversión genera incentivos a la inversión extranjera directa (IED). Pero de los incentivos a la llegada efectiva de los flujos financieros, hay una distancia importante, medida por múltiples variables, entre las que se encuentran la oferta de trabajo calificado, la seguridad jurídica y la existencia de servicios públicos de calidad.
La situación se hace más compleja si nuestra aspiración es que la IED que llega es de calidad, es decir, aumenta el empleo formal, mejora las habilidades e impulsa la competitividad de las empresas nacionales y no tiene efectos negativos en el ambiente.
Un país con 10 años promedio de estudio de la población económicamente activa será muy difícil que atraiga IED de calidad. Necesitamos empresas que generen empleos decentes de manera que la población en edad de trabajar aporte al sistema de seguridad social y eleve sus niveles de consumo con el propósito de fortalecer el mercado interno y contribuir con los impuestos que necesita el Paraguay para garantizar la sostenibilidad de la deuda y financiar las políticas públicas necesarias para el desarrollo.
La segunda noticia importante fueron los datos censales que confirman las hipótesis que se venían teniendo en la última década sobre un cambio en la estructura demográfica y un rápido aumento del envejecimiento. Paraguay está dejando de ser un país joven, ya que la edad mediana es de 29 años. La mitad de la población está por debajo de esa edad y la otra mitad por encima.
Estos cambios no son menores. Si hoy no garantizamos una política universal e integral para el desarrollo infantil temprano, para garantizar al menos educación media de calidad y acceso a servicios de salud, no podremos acumular el capital humano necesario para enfrentar los desafíos de la sostenibilidad del crecimiento económico, la seguridad social y la deuda. Por supuesto, la aspiración del desarrollo se esfuma.
Una educación integral, con altos niveles de aprendizaje, pensamiento crítico y desarrollo afectivo y emocional, que forme jóvenes creativos, con confianza en sí mismos y con vocación democrática, permitirá enfrentar los desafíos de una sociedad que cambia rápidamente y con economías globalizadas e interconectadas.
Si Paraguay continúa retaceando recursos a la educación y a la salud, así como a los otros ámbitos que crean el contexto adecuado para garantizar la acumulación de capital humano, el resultado será seguir endeudando a la población y trasladando a la juventud que no recibió estos beneficios la responsabilidad de su pago en un contexto de trabajos precarios y con un futuro empobrecido.
El aprovechamiento de las oportunidades que nos ofrecen el bono demográfico y el grado de inversión exige ir más allá de discursos exitistas y sin contenido. La realidad exige políticas públicas universales y de calidad.