A partir de hoy, Horacio Cartes deja el Palacio de Gobierno, lo que no es lo mismo que decir que deja el poder.
Las personas con fortunas inmensas como él siempre tienen poder, más aún en Estados fallidos como el nuestro, donde las autoridades son venales. Sin embargo, su poder no será igual al que tuvo cuando era el presidente del Paraguay, y decir esto es un alivio.
El que Cartes haya llegado a ser nuestro presidente dice mucho de nosotros. Alguien sin carrera política alguna, sin carisma, sin afiliación partidaria y, mucho menos, sin ningún compromiso ciudadano (nunca se registró en el TSJE ni votó), decide un día convertirse en presidente del Paraguay azuzado por algunos dirigentes del Partido Colorado. Y solo en este partido sin alma podía haber logrado lo que logró: afiliarse y cambiar los estatutos para poder ser candidato. Ni Francis Underwood llegó tan lejos.
Fue una carrera meteórica hasta llegar a ser el número uno del Poder Ejecutivo. Una alianza partidaria con candidatos de larga trayectoria política y con experiencia en la gestión gubernamental
(Alegre/Filizzola) nada pudo hacer. Luego de meterse en el bolsillo a la ANR y ganar la interna, la cuestión ya fue un mero trámite. Para agosto de 2013 ya estaba ocupando el sillón presidencial.
Fueron cinco años de una gestión opaca en general, y con algunas luces en determinados puntos. Su estilo empresarial fue su sello, así como sus metidas de patas cuando abría la boca.
Pero ya lo sabíamos: una gran cultura y locuacidad no hacen falta para ser presidente, pero sí mucho, mucho dinero. Cartes calificaba perfectamente. ¿Cambió el Paraguay radicalmente con su administración? Para nada.
Algunas ministras que mantuvo le dieron buenos resultados, como las de Senavitat (Núñez) y Secretaría Política Lingüística (SPL) (Alcaraz). El resto fue más que lo mismo y el resultado más que conocido: seguimos con las altas tasas de desigualdad social, marginalidad y falta de empleo. La tierra sigue en manos de unos pocos y la gran mayoría que quiere trabajarla o la necesita para vivir deambula por villas miserias o al costado de las rutas.
Es cierto que de alguien como Cartes no podíamos esperar gran cosa.
En ese sentido no podemos decir que nos defraudó. Sí nos defrauda que le hayamos dado los votos suficientes para llegar hasta donde llegó. Y lo más terrible de todo es que hoy asume alguien que se le parece no solo ideológicamente, sino que viene del mismo ámbito social, donde el autoritarismo y la corruptela partidaria son la norma.
Si de Cartes no podíamos esperar que haga cambios sustanciales, ¿podemos esperarlo de Mario Abdo?
Mejor no responder.
Es mejor dejar que la esperanza siga en el aire en estos meses de gracia que tiene el nuevo presidente y dejar que los hechos hablen por sí solos en este lustro que se inicia.
Mientras alegrémonos un rato de que Cartes deja por fin el Palacio de López y se va a su otro palacio. Que viva encerrado en su bóveda dorada como Tío Rico y se le pasen las ganas de ser senador o lo que sea. Amén.