Cambia el poder a la persona? ¿Desde que se considera autoridad, el ciudadano que perseguía un cargo importante es el mismo individuo? ¿No se transforma en alguien que olvida su origen para comportarse de manera altiva, autoritaria y soberbia? ¿Ya dejó de ser común para convertirse en un ciudadano con excepcionales privilegios?<br/><br/> En lo cultural, el poder no hace más inteligente ni sabio al sujeto encumbrado a un alto cargo. Más bien contribuye a potenciar sus debilidades morales y a exhibir su precaria formación. El pudor que le exige la ética deja de ser un estorbo de obligada prudencia y contención. Y el conocimiento y la sabiduría que debe demostrar en el ejercicio de sus elevadas funciones carecen de relevancia, pues habiendo sido electo o nombrado se cree con la atribución de tomar decisiones sin medir sus consecuencias, si se ajustan a derecho y al recto juicio.<br/><br/> La cultura delata lo que son en esencia a los titulares del poder. Trasluce ante la opinión pública la oculta autenticidad de su ser, la medida de sus reales capacidades o de su velada ignorancia.<br/><br/> La autoridad cambia al individuo. El poder desnuda sus instintos más bajos. Es la repetida historia de los políticos y de los allegados a la política que buscan el poder por el poder mismo, acceder a sus órganos sin saber sus deberes, funciones y responsabilidades.<br/><br/> Opuestamente, el Gobierno potencia las cualidades adquiridas, en términos de educación, de urbanidad, de conocimiento y de estética, de quienes llegan al poder para enaltecerlo y dignificarlo. Lo enaltecerán con su humilde y franco trato a los demás, interpretando y entendiendo las necesidades de la sociedad y dando testimonio del primado del saber sobre la acción, para que la justicia contribuya al bienestar de todos. Y lo dignificarán cuando el poder se hace ciudadano, compañero respetable de la plural nación que ansía confiar en sus gobernantes. Y confía en ellos cuando cumplen sus promesas de acompañarla por el camino de una existencia más decorosa.<br/><br/> Esta es la causa por la que Platón y Aristóteles fundaron la filosofía política y la ética, y sustituyeron la cosmogonía de los presocráticos. Éstos, pero principalmente Heráclito y Parménides, humanizaron a los dioses porque concibieron la Tierra – mundo del hombre– como un “cosmos”, un orden y una armonía que garantizaban el porvenir frente al misterio de la incertidumbre. Ya que la realidad humana estaba dominada por la indeterminación, y su afán de eternidad amenazada por la Nada, Heráclito hizo del fuego – que se enciende y apaga según la necesidad– para que el cambio asegure el eterno retorno. Mientras Parménides concebía al Ser como lo permanente e inmutable. El problema era el azar, y el pensar debía preparar para enfrentarlo.<br/><br/> La filosofía política cimentó los principios del “gobierno justo” en La República de Platón y del “buen gobierno” en Política de Aristóteles. El nous o logos, la razón, y la philosophia, el deseo de saber, permitirían que los hombres sabios pudieran responder, con ilustrada visión y praxis adecuada, a la necesidad de la Polis, el Estado, para evitar que la incertidumbre ponga en manos de los dioses el destino de los hombres. Y la ética se encargará, a través de las virtudes que enseñan que el bien de ser y la digna conducta, siempre inteligibles a los ojos de los ciudadanos, dirijan confiadamente el Gobierno de la República.<br/><br/> La filosofía moderna se desplazó hacia el continuum de la historia. Esta vida, según Kant, no es más que “la continuación de una serie precedente”. La “nueva serie” está potencialmente en la “serie precedente”. Mas la Razón y la Voluntad harán que el cambio perfeccione la continuidad de avanzar hacia el “reino de lo justo” y la “paz perpetua”, y realicen los sueños de Modernidad de la Revolución Francesa. Hegel comprende sin embargo que la contingencia rodea sin cesar el movimiento de la temporalidad, por lo que la lógica de la “intencionalidad” debe convertirse en la “Razón Absoluta": la síntesis de una verdad provisional cuyo concepto se funda en el movimiento de lo real. Pero entonces la política debe guiarse por la Lógica, el sistema que, de acuerdo con Niklas Luhmann, operará para que el Gobierno se autorreferencie en el ejercicio del poder por los principios de la libertad y de la justicia. <br/><br/> No basta el “sistema” para que el continuum de la historia evolucione fácticamente (de hecho) hacia una “República socialmente democrática”. Habermas sostiene, en Facticidad y Validez, que la socialización de la justicia, la racionalidad de la juridisprudencia constitucional y la disponibilidad equitativa de los bienes exigen de los gobernantes las concepciones sociológicas del derecho y las concepciones filosóficas de la justicia. Sin estos conocimientos, los titulares del poder desconocerán que “la libertad de arbitrio de cada uno sea compatible con la libertad de cada uno de los demás”, erigiéndose en administradores y legisladores que acaparan para sí la libertad de tomar decisiones, por más arbitrarias que fuesen. Ello, infringiendo los principios del Estado de Derecho y el papel de la sociedad civil en la construcción de un orden justo. <br/><br/> Pero, ¿por qué este recurso a la filosofía política para señalar lo que significa ser persona? Bien podría acudir al Sí mismo como otro de Paul Ricoeur, un estudio del actuar humano y de la alteridad. Sucede que a partir de Michel Foucault el cambio actitudinal y del discurso del individuo se enfatiza con el acceso al poder y a su “microfísica”. El sujeto “persona” ya no satisface su ambición de “ser” – el que aspira a la verdad– , sino quiere convertirse en “personalidad”. Es decir, alguien con fama, visibilidad e influencia.<br/><br/> Semejante aspiración lo aleja de lo humano. Lo empuja a transitar por los laberintos de la despersonalización. La cosa, el poder, lo cosifica, aliena. Su apertura de ser un sujeto abierto a la comunicación, a la sencillez que convoca y acerca, y a la amistad que se admira y respeta, se cierra y tapona herméticamente. En realidad, el poder lo arrastra por un túnel oscuro, donde perderá al candidato de ser persona, y en el que el “ciego” de Saramago no obstante ve, puesto que se sumerge en sí mismo para comprender la complejidad de la vida y el valor de la libertad.<br/><br/> Es cierto, el querer evadirse de la Nada nos muestra la viscosidad del ser y su escándalo nos produce La náusea. Los filósofos anteriores a Sartre tenían en la admiración, en el asombro, frente a la desoculta realidad del mundo y de la vida, el “arco iris” de su pensar. Pero he aquí lo que irrita y fastidia: la falta de sentido y justificación de que el poder cambie a la persona por un personaje que se parapeta detrás del cargo para hundirse en la repugnante soledad de la infatuación. <br/><br/> A la admiración, el filósofo solo puede seguir reflexionando mediante la “crítica”. Ya se había anticipado Kant, pero al convertirse en “método de la razón dialéctica” o en la “crítica de la razón instrumental” (Adorno, Horkheimer), la deshumanización desligante del poder con la sociedad enajena a quienes debían “ser gente” en el Gobierno y, sobre todo, “servidores de su pueblo”.<br/><br/> La palabra “persona” evoca a los individuos que se distinguen en la vida pública. Están dotados de valores identificatorios de inteligencia, capacidad, prudencia y por honrar a sus semejantes. Sus cualidades son la gratitud, la cordialidad, las modalidades de la cortesía y de las buenas costumbres. El lenguaje le sirve fundamentalmente para dialogar, escuchar y comunicarse. La interlocución serena, sincera y aguda son las actitudes que se estiman de una persona; no así la hipocresía, la falacia, la altanería y la petulancia. Es por eso que a la persona se la califica también como “gente decente”, confiable y que tiene el don de suscitar amistad y empatía.<br/><br/> Como puede inferirse, se trata de una cuestión cultural, de un estatus de la inteligencia racional, densamente instruida. A la persona que posee una formación sólida, y a la vez la certeza de que tiene mucho por aprender, no le marea el poder ni le “queda grande”, y menos lo convierte en un necio ogro. Pues sabe que en la duración del tiempo su paso será más fugaz que los forjadores de la cultura y el conocimiento.<br/><br/> La palabra “persona” evoca a los individuos que se distinguen en la vida pública. Tienen valores como la inteligencia, capacidad, prudencia y honran a sus semejantes.<br/><br/>Filosofía<br/><br/>Juan Andrés Cardozo<br/><br/>Filósofo<br/><br/>galecar2003@yahoo.es<br/><br/>