Una vez, en un seminario, un abogado nos preguntó: ¿Qué define como periodista a alguien?
El dedicarse a procesar información y a publicarla por algunos o varios medios de comunicación. Haber estudiado la carrera de Ciencias de la Comunicación. Trabajar en un medio de prensa o en varios y tener este empleo como su principal medio de sustento. Conducir un programa informativo…. El auditorio de periodistas arrojó estos y otros enunciados en el intento de definir nuestra identidad profesional.
El expositor lo complicó: ¿Y qué es una persona que tiene un programa semanal en una radio? ¿Qué me dicen de un famoso bloguero? ¿Y del columnista invitado que colabora con sus reflexiones en un medio impreso? ¿Y el compañero de ustedes que se pasó a las filas de la comunicación institucional? ¿Y el conductor de un programa de entretenimiento o de chismes? ¿Y el DJ que anima fiestas y lleva por su automóvil un cartelito de Prensa?
Entonces un ¡Nooo! tras otro, inundó el auditorio. El hombre advirtió que hay sectores de la sociedad que no distinguen quiénes son periodistas en medio de tanta gente que se incorpora al ámbito de las comunicaciones, y encima les cree...

- ¿Qué dice la ley?- preguntó alguien. El abogado recordó que el ejercicio del periodismo es libre, pero que un medio de comunicación para operar como tal requiere de dirección responsable y que no se necesita de un carné habilitante, como en la época de la dictadura, para desempeñarse como periodista. Aunque sí responsabilidad ulterior sobre lo que uno difunde. Es decir, tiene que hacerse cargo de lo que dice o publica y del daño que produzca. Nos recordó además que existe un fallo de la Corte IDH que dice que la colegiación obligatoria es incompatible con el artículo 13 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos, anticipándose, por si a alguien se le ocurriera plantear esto para “depurar” el gremio ante tanto intrusismo.
Uno agregó entonces la otra cara del oficio: la ética. Allí donde entran a tallar determinados valores y la conciencia a la hora de ejercer una actividad profesional, como el periodismo. Javier Darío Restrepo, extinto periodista y maestro de periodismo, decía que hay una razón de dignidad, que avala la ética informativa y lo planteaba así: “La gente que se gana la vida exponiendo los errores de los demás –como es el caso de los informadores– tiene una necesidad especial de mantener su propio comportamiento fuera de toda crítica”. Es decir, con qué autoridad moral, un periodista puede criticar a otras personas si su conducta personal y profesional (que de hecho no están disociadas) se halla en entredicho.
Recordé todo esto por las reacciones que provocó en el gremio que unos comunicadores aparecieron en una larga lista de ciudadanos denunciados por evasión fiscal, mediante facturas falsas.
Hubo defensa corporativa, hubo burlas, hubo gente que celebró que tocara esta situación a los colegas. Preguntas respecto a en qué momento el periodismo dejó de ser “una manera divertida de ser pobres”; hubo condenas. Pero también hubo quienes nos recordaron que los periodistas deberíamos ser los más celosos en mantener una conducta recta y explicar al público cualquier duda que surja sobre nuestro comportamiento. “La simple posesión de las habilidades del oficio no convierten a un informador en un profesional competente”, nos recordaba Restrepo. Para él, ser periodista conlleva “una manera de ser”. Entre otros aspectos, significa no solo aparentar ser buenos ciudadanos, sino serlo. Si cometemos errores, tenemos que admitirlos, si nuestro fin es la verdad, tenemos que actuar con rigor y transparencia.
Por lo que ni la ley, ni el título universitario, ni los años en un medio, ni el ráting, ni la empresa de comunicación, ni el cartelito Prensa definen a un periodista. Son los valores, el apego a las normas en general y a los principios de la profesión. Los que, por cierto, son reconocidos por los ciudadanos bien informados.