Cuando recibe una respuesta del adulto acordando, lo coloca y sonríe. Él sabe que cada pedazo tiene un lugar en la figura que se está formando.
Con mucha tranquilidad observa, prueba y tantea hasta que los ubica. La alegría es total cuando el tren está completo.
Seguramente los adultos recordamos este pasatiempo al que alguna vez nos enfrentamos. Un montón de piezas, grandes, pequeñas, algunas muy chiquitas, otras con colores y otras con ninguno, pero cada una de ellas, sin importar sus características, tiene un lugar fundamental en el todo. No se puede poner una en vez de otra. Hace falta la precisa. Necesitamos aprender desde lo profundo de nuestro ser de este sencillo juego.
“Todos los seres humanos nos parecemos en lo diferentes que somos”, decía la neuróloga Rita Levi-Montalcini. ¿No es una cosa maravillosa el que todos seamos diferentes? Cada uno de nosotros tiene fortalezas y habilidades para compartir. Y cuando nos conectamos, juntos somos invencibles.
Pero nosotros andamos por la vida clasificando, juzgando y desechando a los seres humanos por sus características físicas, mentales, sociales, culturales o por sus elecciones y apuestas en la vida. Casi nadie se salva. Pasa en todas partes. En la familia, en el trabajo, en el club, partido político o en las redes. Porque es gordo, flaco, abierto, cerrado, de derecha, izquierda, de este sector o del otro, porque no comparto su opinión o porque no me gusta su perfil, y… así, vivimos enfrentados perdiendo la gran oportunidad de construir sumando.
Todos somos diferentes y únicos, tenemos capacidades diversas, necesitamos poner nuestro sello, nuestro aporte al todo. Si alguien no lo hace, porque se siente pequeño o porque lo borraron, estamos en problemas, porque será la pieza que falta.
Incluir a todos y a todas significa no solo aceptar, sino agradecer las diferencias, celebrar la diversidad, promover la equidad sin exclusión, minimizar las barreras, alentar y priorizar la participación por sobre todas las cosas.
¡Amor incluyente! (el de Jesús), que “no vino a juzgar, ni a condenar”, y que formó su equipo de apóstoles con una gran diversidad, y compartió su vida y su mensaje sin discriminar a nadie.
Al Paraguay que queremos le faltan muchas piezas: diferentes, generosas, creativas, respetuosas, solidarias, con miradas y sentimientos dispares.
Nos necesitamos todos. Que nadie borre, ni se borre en la construcción del país que queremos, que nadie crea que no sirve, o que ya somos muchos, porque no es así, que cada uno ponga en esta tarea, su ser y su estampa original, porque si alguien falta, no podremos completar el rompecabezas de nuestra nación.