Armando Almada-Roche
Muy poco se ha escrito, no sabemos por qué, sobre Rafael Barrett –salvo los escritos e investigaciones de Miguel Ángel Fernández y de Francisco Pérez Maricevich, entre otros–, y también su obra no se ha difundido como debiera, a pesar de ser en su momento una de las plumas más lúcidas de América, especialmente del Paraguay y de la Argentina. Sin embargo, de un tiempo a esta parte han empezado a publicarse algunos libros solitarios, de pocas páginas, en donde reseñan su vida y rescatan parte de su prolífica escritura. Una escritura, dicha sea de paso, de una brillantez y un estilo revolucionario que despertaron la curiosidad y admiración de muchos intelectuales; uno de ellos Borges, nada menos. Desde luego, en la época de la actividad literaria de Barrett, Borges estaba en pleno desarrollo de su carrera, y el español era ya un monstruo del periodismo y de la literatura.
¿Quién era Rafael Barrett? ¿Se conocen a sus mentores literarios? Trataremos de responder, en la medida de nuestras posibilidades, a estas importantes preguntas. Aunque parezca repetitivo, es bueno conocer –para los que no conocen y para los que conocen también–, recordar, releer sus obras, descubrir la huella de su paso por el Río de la Plata, Buenos Aires, Uruguay y, especialmente, el Paraguay, donde caló muy hondo en su espíritu y en su pluma el carácter y el sufrimiento del pueblo paraguayo; de sus mujeres y sus hombres. De estos seres nobles y generosos, pero asimismo –cuando suena la injusticia y el atropello– bravos como leones por defender sus derechos.
Nació en un peñón del mar Cantábrico, en Torrelavega (Comunidad Autónoma de Cantabria) bajo el protectorado de Santander, España, y lo bautizaron bajo la bandera inglesa, rigiendo la ley de la herencia para la nacionalidad. Tenía dos patrias. Pero él eligió la española. Mejor dicho, la paraguaya. La doble nacionalidad, la británica y la española, singularidad que le salvaría la vida en alguna ocasión. El estudioso Paulo López lo valoriza del modo siguiente: "Él es ante todo un sudamericano. La fuerte impresión que sobre él ejerció el ‘dolor paraguayo’, y la consecuente plena adhesión a la causa de los trabajadores, vendrían a transformar las bases intelectuales de su pensamiento político-social. Llegar a estas zonas lo convirtió completamente, y es por ello que los apartados más importantes de su producción ensayística se desarrollan sobre, y en función a, la cuestión social latinoamericana. Es a partir de esta época en la que sus textos adquieren un carácter decididamente anarcoobrerista”.
La convulsionada realidad de nuestra América
Dice Augusto Roa Bastos: “Por mi parte, debo confesar con gratitud y con orgullosa modestia, que la presencia de Rafael Barrett recorre como un trémolo mi obra narrativa, el repertorio central de sus temas y problemas, la inmersión en esa ‘realidad que delira’ que forma el contexto de la sociedad paraguaya y, sobre todo, una enseñanza fundamental: la instauración del mito y de las formas simbólicas como representación de la fuerza social; la función y asunción del mito como la forma más significativa de la realidad.
“En muchos de mis cuentos, en mi novela Hijo de Hombre, en particular –cuyo núcleo temático es la crucifixión del hombre por el hombre y también el hecho de que el hombre más que hijo de Dios es el hijo de sus obras–, está presente el ejemplo del ‘rapsoda del dolor paraguayo'; están presentes la dignidad de su vida y de su muerte, los símbolos y los mitos que Barrett excavó en la cantera viviente de una colectividad, en su transhistoria, la forma en que él supo revelar una realidad llena de enigmas y secretos”.
El periodista y escritor Gregorio Morán dice casi al final de su libro Asombro y búsqueda de Rafael Barrett: “Morirá el 17 de diciembre, cuando terminaba ese año agridulce de su vida que fue 1910, el de las grandes y únicas satisfacciones, y el de las inequívocas frustraciones. Murió en la cama del Hotel Regina de Arcachón, acompañado por una sola persona, el amable fantasma de la tía Susie. Falleció a las cuatro de la tarde, frente a su mar, el Cantábrico, el de su infancia.
“Ese mismo día en Asunción, Paraguay, los lectores de El Diario podían acercarse a la segunda entrega de sus Cartas de un viajero. ‘Para conocer bien una época, hay que aguardar a que el tiempo haya destruido casi todos los vestigios. No se puede afirmar nada con exactitud si se sabe mucho. Una prudente escasez informática es madre de la certidumbre’. Quizá se tratara de una buena sugerencia para la historia en general, pero una paradoja maldita cuando se refiere a un hombre. Porque ese es el caso de Rafael Barrett”.