Es que pareciera ser que un interruptor se enciende dentro de la cabeza de la mayoría de la gente y el desmadre tiene vía libre desde los cuatro costados.
Es diciembre, el mes en que las cenas de fin de año se multiplican por doquier como baches luego de una lluvia.
La agenda se llena de encuentros con los ex compañeros de escuela o colegio (si se acuerdan de vos), ex compañeros de facultad (si alguna vez te tuvieron en cuenta), ex camaradas de remesa o gente con quien compartías rondas del té canasta (si es que al menos la mitad sigue con vida).
¿Qué extraño sortilegio se apodera del ser humano en estas fechas en esta parte del mundo? ¿Qué oculta conspiración mundial determina que todos deban encontrarse sí o sí ante la mesa con grupos de personas con las que durante los 11 meses anteriores con suerte se cruzaron algún que otro saludo?
Resulta casi imposible armar un encuentro para quienes sí mantuvieron su tribu en los meses anteriores. Aunque la intención está, generalmente el desmembramiento empieza porque fulano tendrá que ir a la cena de fin de año de los boy scouts, zutano no puede esta ni la otra semana porque justo su grupo de lectura de Condorito de Oro resolvió hacer la despedida del año.
Tampoco con mengano, que ya avisó luego que en todo diciembre no va a poder porque debe juntarse con los grupos de deudores de prestación alimentaria.
La cantidad de cenas de fin de año que son organizadas a tutiplé en estas tres semanas, fácilmente podrían cubrir la necesidad alimentaria de algún país pequeño y de nombre lleno de consonantes en alguna parte del planeta Tierra.
En las pocas veces que uno puede cruzarse con los que habitualmente suele tener trato antes de diciembre, los ojos inyectados, la cara de pelota tata y el abdomen en vías de expansión dan cuenta de la asiduidad a esos encuentros.
Al caer la tarde de un sábado rory o cualquier otro día, sobre todo el último mes del año, las avenidas y rutas están atestadas por diversas especies de humanos.
Entre ellos están los que asisten rápidos y furiosos a las mesas de sus encuentros fin de añeros. Durante el retorno a bajas o altas horas de la noche, impera el daltonismo selectivo donde el rojo de los semáforos se convierte en amarillo y este último directamente desaparece de la vista.
Las avenidas se convierten en circuitos de minirally de retorno al hogar, entre estruendosos reguetoneros y Navidad sin ti tronando desde las discotecas de cuatro ruedas.
Estos problemas pueden evitarse si en vez de hacer a lo loco un encuentro entre comensales, son planificados otros durante el año.
Por ejemplo, el primer encuentro podría ser allá por marzo luego de haber superado la primera gran prueba: Haber completado ese kraken escolar llamado lista de útiles.
Otro motivo de celebración podría estar entre mayo o junio, ya sea para celebrar el otro aniversario de la independencia o el simple hecho de haber completado la mitad del año.
Este momento puede ser aprovechado para un chequeo de posteos del último diciembre. Esos que decían: “Te recibo con grandes bendiciones 2025. Sorpréndeme”, “Este año reí, lloré, canté, grité porque me regalaron un estadio, blablablá”, mientras ríen en coro por la ya marchita esperanza.
En octubre ya podría iniciarse una cena más formal y cargada, y en noviembre por la proximidad de fin de año, en noviembre porque falta poco para diciembre.
En esos encuentros ya podría ir adelantándose algunos temas que suelen estar en la mesa y cuando llegue diciembre, si uno no asiste no habrá mucha culpa que cargar. Recuerden que si nos organizamos comemos todos.