Por un lado, Lloyd Wright solo construyó dos rascacielos al final de su vida, pero proyectó la torre más alta jamás construida. Por otro, su proyecto utópico “Broadacre City” luchaba contra la masificación del modelo de ciudad estadounidense y habló antes que nadie de sostenibilidad.
El MoMA ha preparado esta exposición, que permanecerá abierta hasta el 1 de junio, después de adquirir los archivos del arquitecto que pertenecían a la biblioteca de bellas artes y arquitectura Avery de la Universidad de Columbia.
Entre miles de documentos, los comisarios de arte encontraron planos, revistas y escritos en los que quedaba patente el dilema moral que Frank Lloyd Wright (1867-1959) vivía entre el reto arquitectónico de resonancias babélicas de construir más y más alto y su rechazo a una ciudad convertida en umbríos cañones urbanos.
El arquitecto pensaba que “los avances de la tecnología habían dejado obsoletas las ciudades densas creadas por la industria y la emigración a principios del siglo XIX y principios del XX”, aseguran los organizadores de esta muestra de alto contenido teórico apenas complementada por dos maquetas: una del proyecto Call Building de San Francisco, de 1913, y otra, la más grande, de la famosa “Broadacre City”, de 1934-35.
Este proyecto, de carácter tan arquitectónico como sociopolítico, contiene en su leyenda el título “Una nueva libertad para vivir en Estados Unidos”, seguido de explicaciones sobre la desaparición de la propiedad privada y la limitación del tráfico al perímetro de la unidad medio urbana y medio rural.
Un proyecto “para cualquier lugar y para ningún lugar”, según él mismo definía, en el que por cada torre de apartamentos debería haber una inmensa parcela agrícola.
Pero esta exposición, además, descubre el discurso detrás de esos edificios que nunca llegó a construir, sus innovadoras propuestas de estudio de luz, estructura y paisaje convivieron en el tiempo con textos de estudios en los que él mismo boicoteaba el éxito moral de los edificios de altura.
“Experimentando con las vidas humanas” fue el primer texto de condena por parte de Wright al rascacielos y fue escrito en 1923 para la Sociedad de Bellas Artes de Hollywood, después de que el arquitecto se mudara de la vertical Chicago, víctima de una “congestión”, según él, a la horizontal Los Ángeles y estudiara el efecto del terremoto de 1923 en Tokio sobre la arquitectura de la ciudad.
Sin embargo, en 1924, como refleja la exposición, Lloyd Wright diseñó el edificio de la National Life Insurance de Chicago, una auténtica colmena acristalada, casi una catedral gótica convertida en bloques de apartamentos que nunca llegó a construirse.
En 1926 emprendió el proyecto “Regulación de rascacielos”, con regulaciones sobre la altura, anchura y acceso a la luz natural de los edificios, pero un año después estaba enfrascado en su proyecto neoyorquino de la torre St Mark’s-in-the-Bouwerie, que hubiese dinamitado el perfil bajo del barrio East Village.
No fue hasta el final de su carrera cuando Lloyd Wright consiguió que sus rascacielos llegaron a construirse. El primero fue torre de investigación del laboratorio Johnson & Son, en Racine (Wisconsin) en 1950, que heredó la estructura de raíz que había diseñado para la torre de Nueva York y que conseguía edificios más esbeltos basándose en cimientos-raíces más amplios y profundos.
El segundo fue la Price Tower de Barstlesville (Oklahoma), en 1956, mismo año en el que en su libro “A Testament”, Lloyd Wright dejó proyectada su rendición a la verticalidad: la Mile-High Tower de Illinois, un estrechísimo edificio de oficinas de 528 plantas y una milla de altura (1.600 metros), capaz de albergar a 100.000 empleados.
“Esta torre refleja paradójica relación de Wright con la ciudad estadounidense: quiere condensar la experiencia de la vida urbana y el trabajo con una forma telescópica dejando en a su vez espacio para la realización de su Broadacre”, concluyen los comisarios de la exposición.
Mateo Sancho Cardiel.