En nuestra vida habrá momentos en que quizá estemos enfermos, o lo estén las personas que nos rodean. Eso es un tesoro de Dios que hemos de cuidar. El Señor se pone junto a nosotros para que amemos más y sepamos también encontrarle a Él.
En el trato con los que padecen y sufren enfermedades se hacen realidad las palabras del Señor: lo que hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, por mí lo hicisteis.
Si llega la enfermedad, debemos aprender a ser buenos enfermos. En primer lugar, aceptando la enfermedad. “Es necesario sufrir con paciencia no sólo el estar enfermos, sino el estarlo de la enfermedad que Dios quiere, entre las personas que quiere y con las incomodidades que quiere, y lo mismo digo de las demás tribulaciones”.
Hemos de pedir ayuda al Señor para llevar la enfermedad también con garbo humano, procurando no quejarse, obedeciendo al médico. Pues “mientras estamos enfermos, podemos ser cargantes: no me atienden bien, nadie se preocupa de mí, no me cuidan como merezco, ninguno me comprende... El diablo, que anda siempre al acecho, ataca por cualquier flanco; y en la enfermedad, su táctica consiste en fomentar una especie de psicosis, que aparte de Dios, que amargue el ambiente, o que destruya ese tesoro de méritos que, para bien de todas las almas, se alcanza cuando se lleva con optimismo sobrenatural —¡cuándo se ama!— el dolor. Por lo tanto, si es voluntad de Dios que nos alcance el zarpazo de la aflicción, tomadlo como señal de que nos considera maduros para asociarnos más estrechamente a su Cruz redentora”.
Estamos en Cuaresma. Abramos, de modo especial en este tiempo litúrgico, nuestros ojos al dolor que nos rodea. Cristo quiere hacerse presente en su Pasión, en ese dolor, en la enfermedad propia o ajena, y darle un valor redentor.
(Frases extractadas de http://www.homiletica.org/francisfernandez/franciscofernandez0143.htm).