- Pedro Gamarra Doldán
- Investigador e_juridico_asuncion@hotmail.com
Fue en cierta manera un niño prodigio, porque las fosforescencias de su intelecto, el avatar de su pensamiento rico, y a veces oscilante así lo establecería. Su prestigio fue prematuro. A los 25 años era plenamente conocido en el mundo de la intelectualidad y, por qué no, de la ciencia, o de las ciencias en un amplísimo plural, en que a él le tocó vivir. Es que fue ya un hombre prodigio, pero le pasó la factura la sociedad cautivante, que no admite trasgresores de su recoleta forma de ser y de establecer que seamos.
Su nacimiento ocurre en 1943, en Asunción. Hubiera tenido hoy día casi 80 años, y estaría aún en plena actividad. Su madre, la educacionista Lydia Pérez Garay, influyó en Vallejos a plenitud. Era una mujer, de esas antiguas educadoras, sabia, capaz y estable. Pero sus últimos años los vivió en un doloroso viacrucis. Una artrosis aguda que golpeaba a esta maestra y hacía sufrir al entonces joven Vallejos, por el hecho de ver sufrir así a su heroína.
Sus estudios los hizo en el Colegio San José. Ese colegio era entonces un centro de actividades culturales. Su Academia Literaria, creada en 1911, es la decana de los de ese género. Ella misma superaba a los patrones de un centro educativo y cultural para jóvenes de entre 14 a 18 años. Así, el padre Marcelino Noutz y el padre César Alonso de las Heras tornaron un caldero de rigurosos hombres: Positivos y líderes en nuestro país. Los profesores del colegio, algunos de ellos sacerdotes (casi todos vascos –franceses–) y también muchos y muy capaces laicos.
Roque Vallejos llegó a presidente de esa Academia Literaria en 1961, y estando en ella, publica Los Ángeles Ebrios, su primer poemario, que tanta crítica y llamamiento de atención tuvo. No era un clásico libro de poemas, era ya un poemario, en el sentido adulto de la intención.
Ese mismo año, el notable estudioso de la cultura paraguaya, Carlos R. Centurión, lo incluye en su obra Historia de la Cultura Paraguaya, entre las figuras prometedoras de la poética nacional.
Su vida, desde ese momento fue un vértigo literario. En 1962, ya es miembro del Grupo Asedio, de breve, pero fecunda existencia; lo integraban, solo por citar algunos nombres: María Luisa Artecona de Thompson, Francisco Pérez Maricevich, Josefina Plá, Miguel Ángel Fernández.
La medicina
Casi de inmediato viajó a Uruguay, a Montevideo, a proseguir sus estudios de Medicina, que ya los tenía iniciados localmente. Lo hizo en compañía de dos amigos, algo menores que él: René Dávalos y Juan Félix Bogado Gondra. La capital oriental era entonces un centro de pensamiento literario de América. Vallejos conoció allí a Juana de Ibarbourou, si, a Juana de América, así declarada en 1919, por Alfonso Reyes, el notable mexicano, en pleno recinto parlamentario uruguayo. Leyó Marcha, la prensa social más añeja y avanzada del continente. Se respiraba aún el espíritu del surrealismo francés de Luis Aragón y Paul Eluard. Los aires lorquianos, el compromiso del intelectual de Margarita Xirgú, que sobreviviera allí, con el espíritu de la Segunda República Española. Estaban por supuesto Emilio Frugoni y Ángel Rama, tradicionales titulares de una sólida formación intelectual.
En 1967, al abrirse ABC Color, fue nombrado director del suplemento cultural y de la revista. Con 8 páginas, era una verdadera revista cultural, que forma parte de la historia cultural del país. Colaboraban allí aparte del mismo Vallejos, René Dávalos, Jesús Ruiz Nestosa, Antonio Cubilla, solo por citar algunas de las figuras jóvenes. Lo hacían también los escritores clásicos, ya condecorados por el éxito.
Hacia 1971, Vallejos se traslada al interior del país a ejercer su profesión de médico. Quiso tal vez, ser como el Cura de Ars, pero en lo opuesto, llevar su brillo, entre la gente sencilla y conocer a los hijos humildes de la tierra. Allí escribió textos literarios abreviados, para su uso en colegios de la zona. Dos años permaneció y la necesidad de hacer más nítida su obra lo volvió a Asunción.
Allí conoció, y por qué no decirlo, buscó los halagos del duro régimen imperante. Esa clase política le exigió pruebas de sumisión que lastimosamente las dio, hecho que lo enajenó, lo marginó y con ello consiguió el apartamiento de los que habían sido sus amigos. Roque Vallejos, durante un tiempo pareció que sería uno de los grandes escritores del régimen entonces gobernante. Para peor, la muerte del jovial y destacado escritor René Dávalos lo dejó huérfano del amigo y consejero. Vallejos fue muy conocido, pero tuvo muy pocos amigos.
Sentía en esa época el peso de su segundo apellido: Pérez Garay, ya que los miembros de esa familia, fueron escritores y políticos entroncados con el movimiento Guion Rojo, del Partido Colorado. A veces nos manejan los genes, los cromosomas y los recuerdos familiares.
Hacia la conclusión de los años 80, Roque Vallejos llega a través de su amistad a dos figuras importantes del partido de gobierno a la Corte Suprema de Justicia, y adquiere la función de médico forense en ese poder del Estado. Pero no se conformó con ser médico. Se volvió legista, ello le gusta y extrañamente realizar el estudio de valiosos juristas, de hermenéutica jurídica, parecía llevarnos ante la presencia de un notable profesional del derecho filosófico. Vallejos tenía la posibilidad de no enmarcarse en una sola ciencia.
Cuando decidió poner término a su vida, privó a la sociedad de uno de los pensadores más profundos que conoció nuestro país en el siglo XX. Pero nos dio con ese hecho fatal, el de revelarnos la necesidad de tener mayor “projimidad”, como bien lo pedía el genial Hérib Campos Cervera, quien vivió también una vida casi tan azarosa.
La obra de Roque Vallejos parece una llama, porque a veces ilumina, a veces quema. Vallejos era rotundo. Su expresión en verso o en prosa era así. No era de lugares comunes, ni de buscar precisamente, el goce estético.
Buscaba tener una profunda y adecuada expresión, pero acompañada de mensaje, análisis, reflexiones. Era intrínsecamente polémico. No fue revolucionario ideológico, pero sí tenedor de una prosa, sobre todo, que revirtiera lo común. Le preocupaba el uso adecuado de la palabra. Sus escritos no son precisamente extensos, pero usa sí eficazmente el verbo en el largor necesario, y en darle un contenido significativo a sus expresiones.
Lo que impresiona en Vallejos es la extensión de su producción. El pertenece a un tiempo, en que el escritor se dedicaba a varios oficios. Y pese a este formidable aprovechamiento del tiempo en cuestiones diversas, tuvo espacio de crear una obra valiosa.
Se ocupan de él distinguidos críticos como: Hugo Rodríguez Alcalá, Josefina Plá, Francisco Pérez Maricevich, Teresa Méndez Faith, Victorio Suárez, entre tantos otros.
Tuvo tiempo de ser presidente de la Academia Paraguaya de la Lengua y de ser calificado socio y directivo de la Sociedad Científica del Paraguay. (1993 -1998)
Ojalá alguna vez se reúna su obra completa, y con ella, esos editoriales de pensar y de pensamiento. Es preciso decir que Vallejos en lo literario era más iconoclasta, que en lo científico –médico– dónde su pensamiento se enmarca dentro de un tono más ecuménico.
Dejo la crónica de cuando lo conocí. Fue en noviembre de 1966, fui a radio Ñandutí, en su antiguo local de la calle Antequera, donde los días domingos tenía Vallejos un programa cultural de gran audiencia.
El editorial de ese día, versaba sobre Natalicio González, el escritor y político compatriota, fallecido en esos días. El texto de análisis fue, desde luego, brillante. Concluyó con la sentencia que él aconsejaba sobre Natalicio González, a quien entonces estaba muy de moda atacarlo. Expresaba Vallejos sobre el mismo: “Lágrimas para el escritor, perdón para el político”.
Esa sencilla frase, pero apropiada, me acompañó desde ese entonces: Deberíamos comprender y estudiar más al escritor y perdonar con vocación cristiana y humana los errores del costo de vivir esta vida.