La pandemia ha dejado grandes enseñanzas. Al principio de la misma se decía que estábamos todos en el mismo barco. Sin embargo, con el transcurso de los meses nos dimos cuenta de que no éramos tan iguales.
La pérdida del empleo y de los ingresos afectó desproporcionadamente a los sectores de ingresos medios y bajos y a trabajadores en ocupaciones precarias e informales. Las mujeres fueron las primeras en perder el empleo y las últimas en recuperarlos. Muchas de ellas trabajaron pero sin remuneración y todas debieron asumir tareas extras y el rol docente durante la cuarentena. La falta de un seguro de desempleo y de seguridad social dejó a una amplia proporción de familias sin ingresos durante muchas semanas.
El trabajo a distancia fue posible solo para una minoría y, en el caso de las mujeres, las que pudieron trasladar sus actividades remuneradas a sus hogares, lo hicieron en paralelo y con la sobrecarga de trabajo doméstico y de cuidado.
Las características de la enfermedad también pusieron a la vivienda como un factor de desigualdad. Para quienes tenían viviendas amplias y con servicios básicos fue más fácil aislar a los miembros que se enfermaban de manera a que el resto no se contagiase. Los hogares con viviendas precarias no tuvieron condiciones para aislar a los enfermos.
Ni hablar del sistema de transporte público, que además de caro y de mala calidad, al no cumplir con las exigencias mínimas fue un foco de contagio. Sabemos que en Paraguay, el transporte público es utilizado principalmente por estudiantes, trabajadores y personas de escasos recursos.
Las personas mayores sufrieron el problema de manera particularmente grave. Muchos no pudieron aislarse ya que debieron continuar trabajando. En la mayoría de los casos, al no tener autonomía económica conviven en viviendas precarias con otras personas, con lo cual tenían alto riesgo de contraer la enfermedad y fallecer.
Por muchas vías, la pandemia no tocó a todos por igual. Para la mayoría tuvo efectos negativos que se trasladarán en el largo plazo o serán irreversibles. Los trabajadores informales, las mujeres, las personas mayores, los hogares en situación de pobreza o vulnerabilidad sufrieron con mayor intensidad.
El Estado ya tenía una deuda con estos mismos grupos. La falta de un sistema de salud, de educación de calidad y de protección social los mantuvo en los niveles de menor calidad de vida ya antes de la pandemia.
La recuperación en la pospandemia no solo tiene que buscar la vuelta a las condiciones anteriores a la misma, sino saldar esa deuda, reducir las brechas y las exclusiones, garantizando el bienestar para la mayoría. Esto no será posible sin un sistema tributario que recaude lo suficiente para financiar las políticas que se requieran como para pagar la deuda. Si no hay cambios sustanciales en la estructura tributaria el peso de la deuda terminará cayendo sobre ellos desproporcionadamente, siendo que además, las obras realizadas con los créditos les beneficiaron menos que a otros sectores.
El pago de la deuda y los costos de la recuperación en la pospandemia no pueden ser absorbidos por los sectores históricamente excluidos y que sufrieron con mayor fuerza las consecuencias del Covid. Salir airosos y avanzar al desarrollo requerirá un nuevo pacto fiscal.