Tapabocas, guantes, batas blancas, instrumentos. Y papeles, muchos papeles, que conforman un escenario que demuestra que estamos en un laboratorio, uno en el que Helena Malatesta y Gabriela Arias recomponen con minuciosidad de orfebre los deterioros con que el tiempo y el descuido castigaron a valiosos documentos, que forman parte de la cultura paraguaya.
Desde hace poco más de un año, Gabriela y Helena se encargan de recuperar un pedazo de la historia cultural del Paraguay. ¿Cómo? En el Laboratorio de la Biblioteca y Archivo Central del Congreso Nacional le sacan el polvo y reconstruyen partituras, poemas, documentos, pertenecientes al archivo de la Dirección Nacional de Propiedad Intelectual (Dinapi). Son 35.000 obras y documentos que apenas empezaron a ser procesados por las restauradoras.
Lavado y limpieza
El criterio utilizado en su misión por Malatesta y Arias es lo que se conoce como “conservación preventiva” y se enfoca en el conjunto de una colección, lo que significa que todos los elementos medioambientales deben estar controlados, manteniendo una temperatura y humedad apropiadas para que el papel no esté excesivamente húmedo ni excesivamente seco. “Con la temperatura y humedad estables, se evita que los documentos sufran estrés. Un papel se puede romper porque está estresado, muy ácido, le da el sol o está muy seco el ambiente”, explica Malatesta.
Para tratar un archivo primero hay que elaborar un plan general de trabajo, sacar los papeles de las cajas donde están guardados, eliminar la suciedad que traen consigo, estabilizar el conjunto. Y después de que se planifica lo que se va a hacer con lo que se tiene, recién ahí comienza la restauración.
El proceso empieza con la limpieza: se saca el polvo superficial del documento con una brocha y después se le pasa la esponjita, seca. “Cuando el conjunto está medianamente limpio, se lo ubica en un ambiente adecuado, porque no vamos a trabajar para ponerlo nuevamente en un depósito que se inunda, tiene bichos o mucho sol, sin ventilación”, señala Arias.
Para reparar un documento, utilizan el llamado “papel japonés” —importado, porque no existe en el mercado paraguayo—, fabricado con fibras vegetales, naturales. Se presentan en diferentes pesos, pero los que usan Gabriela y Helena van desde cinco hasta 20 gramos. Cuanto más pesado, más opaco el papel.
Este material se colorea, según el criterio estético utilizado. “Se lo puede teñir con acuarelas y acrílicos especiales, probados para usar en este tipo de papeles, porque no todos los acrílicos ni todas las acuarelas sirven”, advierte Arias.
Sin dobleces
Muchos de los documentos procesados estuvieron doblados por mucho tiempo, por lo que deben ser “planchados”. Malatesta toma un papel y nos muestra cómo. Primero, se humedece con un rociador de mano y se lo pone entre dos planchas de material absorbente, que además de secar el papel, ejercen una presión que lo alisa. “Hicimos un proceso húmedo para aplanar, porque por ahora no estamos lavando ningún documento todavía. Para hacer el trabajo se usa agua; si querés blanquear, se usan otros productos; depende del documento, del tipo de tinta, de las características del soporte”, explica Helena.
Gabriela, por su parte, aclara que el procedimiento no es el mismo, por ejemplo, para una acuarela, con la que no se puede hacer una inmersión; se hace por goteo, utilizando otro tipo de paño y no humectando directamente el material. “Depende mucho del estado en el que esté la obra, del tipo de tinta y del tipo de técnica, porque los grabados se hacen generalmente en papeles extremadamente finos y no los podés sumergir porque se desintegran”, añade la experta.
A veces los papeles están fabricados en algodón de mayor gramaje y necesitan un lavado. Gabriela aclara que también “eso hay que evaluar: si requieren realmente del procedimiento, porque hay quien lava todo; nosotras evitamos usar solventes agresivos, tampoco usamos hipocloritos (lavandina) y no creo que alguna vez vayamos a hacerlo”.
Eliminar la suciedad tiene sus bemoles. Ya vimos que se utiliza una esponja para el cometido, pero dependiendo de cuán sucio esté el material, a veces es necesario usar otros recursos, como el látex. Y si el documento tiene hongos, se echa mano al algodón seco para retirar las esporas, que es lo que se traslada por el ambiente.
Los materiales que están en peor estado son los que tienen ataques biológicos, hongos. Para neutralizarlos se usa agua alcohol, cuidando no fregar el documento, porque si uno intenta hacerlo, el papel se mancha. Además, existe una técnica, un procedimiento para girar la torunda (el hisopo) de algodón para que no se empaste. “Es un trabajo muy lento, porque si no, se puede destruir el material”, señala Helena.
Hay que tener en cuenta que cuando se trabaja con hongos, todo el ambiente se contamina. “Eso queremos evitar, cuidar de no contaminar el espacio, las obras o a nosotras mismas; debemos tener ciertos cuidados. Cuando encontramos ese tipo de documento, lo limpiamos un poco y lo aislamos; y ponemos en su carpeta una advertencia que dice que está contaminado”, añade Malatesta.
“Los hongos son insalvables. Se limpia un poco el polvo con agua, sacás las esporas, pero nunca muere. Se puede tratar, pero si ponés el documento en un ambiente que no está controlado, el hongo resucita”, advierte Arias.
Necesidades
Las restauradoras repiten que lo que ellas están haciendo en este momento, con el archivo de la Dinapi, es un trabajo de conservación preventiva “y un poco de restauración”. Y lo que necesitan para encarar la tarea es que les suministren los materiales adecuados para realizar una labor eficaz, como papeles especiales, brochas, adhesivos neutros y reversibles (los que pueden ser removidos sin destruir el documento).
“Se tiene que entender que necesitamos esos productos, que no se trata solamente de sacar el polvo y guardar, sino que también debemos tener herramientas, insumos. No es solo estar capacitadas para la tarea, porque si no se cuenta con los materiales correspondientes, no podremos aplicar nuestros conocimientos”, dice Gabriela.
También es necesario contar con un espacio de cuarentena para tratar en ese lugar el material contaminado, y no tener todos los documentos (los contaminados y los que no) mezclados. Porque lo que está en juego es muy valioso. En el archivo hay de todo: guiones cinematográficos, bocetos de publicidad, poemas, música, partituras, fotografías, vinilos.
El acervo pertenece a la década del 40 en adelante. En el archivo encontramos obras de Josefina Pla, Luis Alberto del Paraná, Emiliano R. Fernández, hasta el guión original de la película Cerro Corá, además de tapas de discos, postales de Adolf Friedrich —el fotógrafo de la Guerra del Chaco—. “Lo que hay en este archivo es invaluable, es un patrimonio cultural del país. Por eso para nosotras tiene un alto grado de compromiso”, confiesan las restauradoras. Una memoria que se debe conservar.