Es inadmisible, tanto desde la ética como desde la economía, que en una pandemia con sectores que no se verán afectados, e incluso terminarán ganando más, no aporten para hacer frente a las consecuencias que afectan a la mayoría y que será finalmente la que termine haciendo el mayor esfuerzo para pagar los compromisos que se generen.
Esta necesaria reforma del sistema tributario para financiar el sostenimiento de una mínima calidad de vida de la mayoría de la población no es una receta ni del progresismo ni de la izquierda. Organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos desde hace más de una década vienen señalando la necesidad no solo de elevar la presión tributaria, sino también transformar sustancialmente la estructura impositiva de manera a dotarle de progresividad y por esa vía contribuir a la reducción de la desigualdad.
No puede ser posible que en un país con tanta riqueza generada en los últimos 15 años, el Estado no haya recaudado los recursos necesarios para financiar la expansión de la infraestructura para garantizar la sostenibilidad del crecimiento económico, la diversificación productiva y el aumento de la productividad y competitividad.
Más injusto es que hoy debamos endeudarnos con esa misma estructura tributaria, lo que hará que la deuda se termine pagando con los impuestos de la clase media y los pobres, que son los más afectados por la pandemia.
La pandemia nos acabó de mostrar que en Paraguay priman los privilegios. Los privilegios que se observan en unas pocas familias y empresas que gozan de libertades ilimitadas e impunidad frente a sus actos ilegales e ilegítimos tienen el mismo origen que los privilegios tributarios. No en balde la mayoría de la población cree que en este país se gobierna para los poderosos.
El sistema tributario es el reflejo del poder económico con que cuentan ciertos sectores para mantenerse al margen de las normas que rigen para el resto; es decir, para la mayoría que trabaja y paga sus impuestos.
Un ejemplo es el impuesto a la renta personal. Los primeros años de implementación hubo personas que no pagaron nada porque pudieron deducir todo. A medida que se fue incorporando la clase media el promedio por persona se fue incrementando, dando cuenta que mientras unos aportan, una minoría logra esquivar sus compromisos con el Fisco.
El Gobierno debe recurrir al financiamiento con recursos genuinos, reduciendo la evasión y elusión en los sectores de mayores recursos y cuyos beneficios o ganancias no se verán comprometidos por la pandemia. Aquí hay un amplio margen para recaudar y financiar el presupuesto público.