15 dic. 2024

Reflexiones del tercer chimpancé

En un mundo cada vez más polarizado, vertiginoso y con una terrible confusión de ideas siempre es saludable darnos algún tiempo para pensar en aquellas cosas en las que seguimos creyendo, en las que tenemos dudas e incluso en aquellas en las que podemos haber cambiado de opinión. Y hacerlo sin temor a las etiquetas con las que hoy por ignorancia, pereza o intencionalidad política pretenden calificarnos a todos.
Acaso lo más difícil en esta realidad multiversal generada por las nuevas tecnologías de comunicación es identificar los hechos inequívocos, asumir posiciones sobre estos y no temer cambiar de posición si hechos nuevos demuestran que estábamos equivocados.

En mi infancia, y por influencia de mis padres, quise creer en una deidad y en que nosotros éramos su creación. La lectura y las evidencias expuestas por la ciencia me llevaron a creer que solo somos una especie que gracias a ese proceso sorprendente de la evolución por selección natural fuimos dotados de unos cerebros extraordinarios que produjeron lo que llamamos autoconciencia, esa percepción de nosotros mismos como seres vivos únicos y diferentes de los otros.

Aprendimos a vivir en colectividad. Generamos un sentimiento necesario para la convivencia gregaria, la empatía, la capacidad de ponernos en la piel del otro y sentir con él. Como nuestros primos homínidos, creamos estructuras de poder, liderazgos basados en la fuerza o en la capacidad de socializar y convencer.

Y pasamos de tribus a reinos e imperios, a sistemas feudales, a organizaciones religiosas, a la democracia, a las dictaduras, a los estados nacionales, a las ideas liberales, a las socialistas, a las anarquistas. La humanidad ha dado muestras increíbles de nobleza y vileza, guerras horrorosas, pero también acciones sublimes de generosidad, valentía e integridad. El tercer chimpancé tomó el control del planeta.

Somos profundamente contradictorios y complejos. Y esa complejidad no ha hecho, sino multiplicarse en los últimos años con el bombardeo de ideas, mentiras, medias verdades, campañas y un sinfín de intereses políticos y económicos vertidos a bocajarro en la supercarretera de la información. Es un terreno minado.

¿Cómo construir un sistema propio de valores, de ideas cimiento que nos sirvan para enfrentar la vida, para formarnos opiniones en este nuevo siglo?

En mi opinión de mero observador creo que la palabra clave sigue siendo la empatía. Estamos obligados a vivir en comunidad, nadie sobrevive solo. Creo que por esa razón una necesidad básica y esencial si queremos permanecer como especie es que todos tengamos oportunidades. Ninguna colectividad puede desarrollarse si sus miembros no tienen oportunidades básicas de alimentarse, estudiar y recibir atención médica. Podemos debatir cuál es el mejor modelo para conseguirlo, pero no debemos perder de vista que el objetivo es ese. Cada cual hará mucho o poco con sus oportunidades, la cuestión es que las tengan.

La segunda es la libertad. El derecho de todas las personas de vivir sus vidas como quieran, siempre que no afecten los derechos y las libertades de los demás. No creo que tengamos otra vida. Es un absurdo que los dogmas dicten cómo habremos de vivirla. Quienes crean en ellas tienen todo el derecho de hacerlo, pero nunca pretender que los demás también lo hagan.

La tercera es la justicia. La igualdad ante la ley de todos los hombres y mujeres. Y en ese marco no podemos tolerar la apropiación de lo colectivo. El robo del dinero público debería ser imprescriptible y tener las penas más severas. El asesino y el corrupto deberían ser las personas más detestadas de la sociedad. Cuando aceptamos el latrocinio, la trampa, la avivada y toleramos e incluso honramos a quienes hacen gala de su práctica repartiendo su botín destruimos por completo cualquier posibilidad de montar una sociedad basada en el mérito.

Por último y no menos importante es la solidaridad, no solo con quienes han tenidos menos oportunidades que nosotros, sino principalmente con las generaciones que nos precederán. Aunque nuestras vidas sean tan breves, no podemos vivir sin pensar en las consecuencias de nuestros actos.

Es básico y naif, pero a veces vale la pena volver a ponerlo en el papel para recomponer ideas y asumir posiciones en un mundo cada vez más enrarecido.

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