22 dic. 2024

Relaciones diplomáticas y la situación venezolana

La semana pasada entrevisté al nuevo embajador de Venezuela en Paraguay, Ricardo Capella, designado por el gobierno de Nicolás Maduro, al restablecerse en noviembre último las relaciones diplomáticas entre su país y el nuestro, después de cinco años de ruptura. El presidente Santiago Peña restauró las relaciones con la República Bolivariana, aduciendo que estas se dan de un Estado a otro y están por encima de los gobiernos de turno. Algo que, a criterio del nuevo gobierno, no comprendió Mario Abdo Benítez. Por eso, en enero de 2019, cuando ya entonces se consideró ilegítimo el proceso electoral que llevó a la primera reelección de Maduro, decidió la ruptura de las relaciones diplomáticas.

Las críticas de la comunidad internacional ya entonces fueron contundentes respecto al régimen chavista que, a como dé lugar, está dispuesto a mantener las riendas del poder. El embajador Capella también opina que las relaciones diplomáticas unen a los Estados y están por encima de la simpatía o afinidad que puedan tener entre sí los gobiernos.

Pensé en esto ayer cuando escuchaba en la radio que el Ejecutivo venezolano pidió “el retiro, de manera inmediata” de su territorio de los representantes diplomáticos de Argentina, Chile, Costa Rica, Perú, Panamá, República Dominicana y Uruguay en represalia a sus “injerencistas acciones y declaraciones” sobre las elecciones presidenciales del domingo último. Comicios respecto a cuyos resultados sobran dudas y crecen las tensiones internas y externas.

¿Cómo queda aquello de que las relaciones diplomáticas unen a los pueblos y prevalecen sobre las desavenencias que puedan surgir, como es normal, entre los gobiernos de turno?

Maduro conmina a marcharse a los diplomáticos de los países citados, que son los que, junto con Paraguay, piden que la autoridad electoral (Consejo Nacional Electoral [CNE]) presente las actas electorales. Nuestro país se salvó esta vez, simplemente porque aún no reabrió su embajada en Caracas; por lo tanto, no tiene a funcionario alguno allá. Tampoco acreditó al embajador concurrente, con residencia en Panamá, que designó hace tres meses.

El accidentado proceso electoral, que precedió a las presidenciales venezolanas, estuvo marcado por denuncias de persecución, obstrucción, apresamientos contra los disidentes. Todo lo cual llenó de piedras el camino para aguardar que la cita con las urnas terminara correctamente, sin nada que cuestionar. De ahí lo significativo que es que la institución electoral rectora actúe con independencia y transparencia, y esté blindada de los vaivenes políticos e injerencias del gobierno en ejercicio.

El embajador dice que no hay presos políticos, ni hubo persecución a opositores. Asegura que existen políticos presos, pero por otros hechos punibles y que ha habido libertad plena “para todo”.

Para él, esa imagen de un proceso electoral escabroso se debe a la prensa. ¡Pero no hay una prensa, sino muchas prensas!, le señalé. El embajador está convencido de que el discurso del fraude electoral ya formaba parte de un relato prefabricado detrás del cual están EEUU, la UE, la OEA, entre otros. Yo no estaba allí para convencerlo de lo contrario, sino para preguntarle y de ese modo conocer lo que piensa, lo cual quedó reflejado en la entrevista que publicamos el domingo. Recordé que la Federación Internacional de Periodistas (FIP) tenía una oficina regional en Caracas, lo que significaba mucho y que en los seminarios internacionales siempre estaba algún expositor venezolano. Pero hace varios años, ese grandioso país sufrió cambios. Su imagen de inestabilidad política, crisis económica y social, y la diáspora de su población, opacaron todo lo bueno que trascendía de este país que estaba entre los más importantes de la región. Duele que los gobernantes y parte de la clase política no hayan antepuesto a Venezuela frente a cualquier otro interés.

Ahora el país está en un momento muy delicado en el que la peor parte de nuevo le toca padecer al pueblo.

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