“El contexto del libro es el pasillo, un sinónimo de pobreza, exclusión, evasión y soledad, que viene de los barrios marginalizados de Asunción y se extiende hasta la cárcel de Tacumbú”, introduce el libro Relatos de pasillo.
Los del pasillo en Tacumbú, una de las cárceles más peligrosas y pobladas de Sudamérica, son aquellos que no tienen celda, cama, privacidad y a veces tampoco colchones o frazadas y duermen bajo un tinglado que se inunda en días de lluvia.
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Por lo general, son consumidores de crac y otras drogas más blandas, como la marihuana y el alcohol y fungen de guías a los visitantes que buscan a algún familiar. A veces, la marihuana, la comida o una buena ducha suelen retrasar o posponer el consumo del crac.
“Detrás de estas historias, hombres y mujeres se retuercen dentro de sus contextos y amoldan sus cuerpos a sus circunstancias. Y detrás de ellos, la desidia, la injusticia, la corrupción, la apatía de una sociedad que prefiere mirar al costado”, expone el libro.
El libro Relatos de pasillo, de Federico Javier González, sicoanalista e investigador, y Carina Gómez Hernández, escritora y consultora empresarial, recoge el relato de algunas personas privadas de libertad, de cómo las decisiones que tomaron, sumado el contexto social, las malas influencias y la necesidad los han llevado al “hoyo”.
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Las críticas hacia el sistema penal son muchas y la más importante es que la mayoría de las personas que van a prisión no terminan reformándose, sino que adquieren nuevas habilidades en un contexto de marginalidad, en tanto que el adicto se vuelve más dependiente y la constante es la búsqueda de escapar de la realidad, así como sucede incluso en un contexto de libertad.
“Penitenciaría de Tacumbú: Donde los buenos salen malos y los malos salen peor”, expone el libro.
Dentro de las posibilidades de rehabilitación, el libro relata qué aspectos los presos del pasillo consideran positivos y los aleja de las drogas. No existe una biblioteca y muchos ni siquiera saben escribir y leer, en tanto que la alimentación y el aseo son otras de las falencias más visibles.
“La vida en el pasillo es agitada, peligrosa, requiere dormir a medias y donde toque. Ninguna noche es igual a otra”, describe.
En una situación de exclusión social, pobreza, violencia familiar, abandono, abusos y marginalidad, muchos niños, posteriormente adolescentes y finalmente adultos ya transitan un camino que más tarde los lleva a la prisión. Está el caso de indígenas, que muchas veces ni siquiera cuentan con cédula de identidad antes del ingreso al penal.
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“Del campo a la ciudad, de la ciudad a Tacumbú”, instala también la crítica respecto al desplazamiento de campesinos e indígenas del campo y el engrosamiento de los cinturones de pobreza en la metrópolis.
Todos tenemos una idea vaga de lo que ocurre tras una prisión, pero la verdad es que ignoramos el encierro tras unos fríos muros de cemento, la deshumanización de los presos, el hacinamiento, el abuso de la prisión preventiva y la ausencia de familiares. Es casi seguro que nadie sale rehabilitado.
A veces, tan solo un grupo de escucha, como el que se instaló para recoger los relatos, es suficiente para intentar cambiar la realidad del consumo, tema principal del abordaje.
Al 31 de octubre del 2022, la población penitenciaria ascendía a 16.536 personas, de las cuales el 68% se encontraba con prisión preventiva y solo el 32% tenía una condena.
“Se tiene un aumento constante de la población, con una permanencia de las instituciones que se utilizan para el encierro: abuso de la prisión preventiva”, señala el informe del Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura (MNP).
El sistema estaría preparado para albergar solo a 4.310 presos, según parámetros de derechos humanos, con una diferencia poblacional de 12.428 personas más.