Por Mario Aníbal Romero Lévera, socio de la ADEC
En el año 1969, el profesor Philip Zimpardo, de la Universidad de Stanford (EEUU), realizó un experimento de sicología social que consistió en dejar dos vehículos idénticos abandonados en la calle.
Uno de los vehículos lo dejó en el Bronx, en ese entonces una zona pobre y conflictiva de la ciudad de Nueva York, y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California.
El vehículo abandonado en el Bronx fue vandalizado en unas pocas horas. Llevaron todo lo aprovechable, y lo que no, lo destruyeron. Sin embargo, el abandonado en Palo Alto se mantuvo íntegro.
Cuando el vehículo abandonado en el Bronx ya estaba desmantelado y el de Palo Alto llevaba una semana intacto, los investigadores quebraron un vidrio del automóvil de Palo Alto, y sorpresivamente desató el mismo proceso que en el Bronx, y el robo, la violencia y el vandalismo dejaron el vehículo en la misma condición que el del barrio pobre.
En investigaciones posteriores, los científicos sociales James Q. Wilson y George L. Kelling presentaron la “teoría de las ventanas rotas”, misma que desde un punto de vista criminológico llega a la conclusión de que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores, por lo que si se cometen “pequeñas faltas” (estacionarse en lugares prohibidos, conducir sin las medidas de seguridad establecidas o cruzar una luz roja) y las mismas no son sancionadas, entonces comenzarán faltas mayores y luego delitos más graves. Si las plazas y otros espacios públicos deteriorados son constantemente abandonados por la mayoría de la gente (que deja de salir de sus casas por temor a los delincuentes), esos mismos espacios abandonados por los ciudadanos serán progresivamente ocupados por los delincuentes.
En 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, con base en la teoría de las “ventanas rotas” y en la experiencia del metro, llevó adelante una política de tolerancia cero. La estrategia consistía en impulsar comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo contravenciones a la ley y a las normas de convivencia urbana. Resultado: una enorme reducción de todos los índices de criminalidad de Nueva York.
Finalmente, se puede concluir que, si en Paraguay permitimos el vicio y no reparamos pronto nuestras “ventanas rotas”, entonces no debemos sorprendernos si nos encontramos en medio de un “bachazo” (bache gigante) en el que hemos sido parte por activa o por pasiva.