08 abr. 2025

Representantes de sí mismos

Históricamente, en un Estado social de derecho, el poder del pueblo llano residió en la Cámara de Diputados. Desde la génesis del sistema político occidental el Senado fue el órgano de las clases dominantes. El Parlamento es la instancia por excelencia del debate político, desde el propio origen del término que refiere a parlar; es decir, hablar, discutir, debatir.

Como entidad constitucional rigen sobre él cuatro principios básicos. Inviolabilidad, que significa que no puede ser sometido, ni la sede ni sus componentes, por medios jurídicos o de otra índole, ejemplo, el militar.

Autonomía reglamentaria, mediante la cual sus miembros tienen la potestad de autorregularse, definiendo expresamente su forma de funcionamiento. Autonomía funcional, por la que el presidente o funcionarios de la institución pueden ejercer sin interferencia de ninguna forma la administración de sus recursos y sus normas.

Por último, está la autonomía presupuestaria, que le concede la facilidad de obtención de fondos públicos. Todas estas disposiciones sirven para que el Parlamento pueda funcionar de la mejor forma posible a fin de servir a los intereses del pueblo; en especial la Cámara de Diputados, los genuinos representantes de los intereses populares.

Claro está que esos principios maravillosos de la democracia representativa se ponen en práctica sanamente en sociedades políticas y jurídicas totalmente consolidadas y con preceptos morales e institucionales superiores.

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En países como el nuestro todo es una chambonada, una perversión, un mal chiste que hace dudar sobre la utilidad de todo el sistema. Acá hay un claro sometimiento de los nobles intereses de la democracia a los innobles apetitos partidarios o personales.

Y esa afrenta moral al pueblo y a sus necesidades se percibe con mayor grosería en la Cámara de Diputados.

Los políticos o politicastros que acceden a tan alta investidura lo hacen como si fuera que ingresan a un paraíso de impunidad, oportunismo y avieso latrocinio.

El autoblindaje que ruinmente se concedieron nuestros patéticos seudorrepresentantes del pueblo –aunque en verdad solamente se representan a sí mismos– es un claro ejemplo del nivel de idiotez política y personal que reina en la Cámara Baja, que está más baja que nunca.

Hay un evidente desprecio hacia la gente común. Estos politiquitos se contentan con dar cargos a los que les ayudaron a acceder al poder, después quieren tener las manos libres para recaudar. Su mediocridad no les deja entender lo nefastos que son.