La reacción fue inmediata. Minutos después de que el motor de la chatarra en la que viajábamos se detuviera, un señor exclamó: ¡Qué kilombo este país! Al comentario le acompañó la reacción de otros pasajeros que se quejaban bajito y lanzaban profundos suspiros; la gente guardaba sus teléfonos apresuradamente y agarraba sus bártulos para bajarse del bus que nos estaba dejando en la calle bajo una incómoda llovizna. Precisamente en una semana en la que los transportistas amenazaban con hacer un paro para conseguir más plata del subsidio, como si con las reguladas no fuera suficiente castigo...
Acostumbrados como estamos a este tipo de cosas, bajamos del ómnibus como ovejitas obedientes y resignadas a un inevitable destino. Y es que eso es precisamente lo que el poder ha logrado con nosotros, mantenernos calladitos.
Mirando a ese variopinto grupo de paraguayos y paraguayas, estudiantes, trabajadores, gente normal, de a pie, siempre que les veo pienso que de qué se van a quejar, después de todo, en cada elección van a votar por el Partido Colorado, por listas que meten al parlamento a diputados y senadores que jamás defienden los intereses del pueblo, sin mencionar a aquellos que tienen negocios tan turbios como sus conciencias.
Ese partido está en el poder hace más de 70 años y nos mantiene en la pobreza y el subdesarrollo, sin salud pública universal, ni educación de calidad, sin seguridad ni empleo digno, sin servicios públicos eficientes. Nadie tiene idea de cómo organizar un sistema de transporte y movilidad para estos tiempos. El Presidente amenaza con llenar las calles de buses eléctricos, como si esa fuera la solución, y con ello demuestra no solo su desconocimiento, porque, bueno, un presidente no puede saber todo, pero es que tampoco sus ministros demuestran conocimiento o interés al respecto.
Además de no tener planes, las necesidades de la población no son prioritarias para el Gobierno. O acaso vieron algún tipo de reacción ante la situación que estamos padeciendo con el precio de los alimentos, ¿vieron el precio del tomate? ¿y de la lechuga y el verdeo en general? ¿Algún funcionario de gobierno hizo algo? La respuesta es no, y cuando algún periodista despistado le pregunta, apenas divagan.
Nosotros, las ovejitas disciplinadas que tenemos un trabajo y nuestros empleadores sí aportan al IPS pagamos el seguro de salud más caro del planeta. Cierto que también aportamos para una –cada vez más dudosa jubilación–, pero soportamos estoicos que nunca haya medicamentos, que suspendan las cirugías, que no compren los insumos o lo que sea necesario para los enfermos con cáncer, pero rigurosamente nos plagueamos en las redes sociales por los meses de espera para consultar con un especialista.
Asunción se llenó de moscas y otros diversos bichos, no pasa el recolector de basura, pero sí el de los impuestos, y las calles son otro desastre; los días de lluvia ya sabés que te puede arrastrar el raudal, pero Nenecho no dice a dónde fue la plata, 500.000 millones que, acordate de esto, lo vamos a tener que pagar otra vez los asuncenos, por culpa de aquellos idiotas que votaron por el improvisado candidato cartista.
Y, mientras tanto en una realidad paralela el mundo está patas arriba, un genocidio es transmitido por las redes sociales, sicópatas poderosos andan sueltos, soldados queman libros en una universidad en ruinas; la cosa pinta muy mal, porque la última vez que un enano fascista comenzó a quemar libros terminó quemando gente.
En nuestro infierno local, nepobeibis inútiles y privilegiados siguen cobrando sus millones, y tenemos un senador colorado acusado por la fiscalía de haber incurrido en asociación criminal y lavado de dinero proveniente del narcotráfico es un escándalo, es vergonzoso pero aquí no renuncia nadie y la vida seguirá su curso como si nada. Y es que este país, como dijo aquel pasajero del ómnibus chatarra, es un kilombo.