Innegable su importancia, sobre todo en lo relacionado a los procesos revolucionarios independentistas de América, la difusión del republicanismo y su división de poderes, el voto directo, y una especie de marketing político que logró ligar la declaración de los derechos del ciudadano –como si se tratara de las primeras letras sobre una supuesta tabla rasa–, a la mayoría de los avances en derechos humanos. Claro, es muy poca la gente que recordaría la Declaración de Virginia de 1776 o mucho menos las impresionantes afirmaciones sobre la dignidad humana de De Vitoria en la universidad de Salamanca en el siglo XVI.
Sin embargo, y con todo respeto, también vale recordar que desde hace casi tantos siglos como iniciado aquel proceso revolucionario, político y cultural, el esquema básico de sus enunciados políticos constituye ya el verdadero y rutinario establishment de esta parte del mundo.
Es tan persistente ese marketing político y tan arraigado que eleva la Revolución Francesa a la maternidad universal de todos los avances de libertad, igualdad y fraternidad que podamos imaginar. Este es un presupuesto común y casi incuestionable no solo en reuniones diplomáticas, sino hasta en los estudios escolares, incluso en nuestro país, donde apenas y se conocen los abusos y fracasos que hubo en aquellos convulsionados años de la Revolución. Tanto izquierdistas como de derecha se perciben herederos políticos de sus ideales y su discurso domina en gran medida el guion electoral hasta nuestros días.
Entonces, surge la pregunta sobre, ¿qué es lo que intentan derribar hoy los revolucionarios posmodernos?

Observando el vandalismo y la crueldad de los ataques de los manifestantes en los barrios de París en estos días, da la impresión de que, por primera vez, el establishment “revolucionario” está siendo cuestionado, y de la peor manera, lastimosamente, aunque con métodos algo similares a los terrores del revolucionario Robespierre.
¿Está llegando a su fin esta época de luces y tantas sombras como algunos afirman? ¿Y hacia dónde vamos?
Dicen sus críticos que la renuncia que hizo aquella revolución a las verdades últimas en nombre de la razón terminó deformando la racionalidad, y el desprestigio de la herencia civilizatoria anterior a esa revolución terminó fragmentando tanto a los modernos que sus hijos hoy ni siquiera tienen idea de lo que significan sus raíces culturales. Tal es el grado de deconstrucción cultural al que llegaron que el discurso va por un camino, los conceptos por otro, y las acciones por otro totalmente opuesto a ambos.
Sí, la revolución del establishment está en peligro, pero también lo está la herencia cultural que, a pesar de sus ataques sistemáticos, logró conservarse en parte. Qué ironía que aquellos que, por ejemplo, desprestigiaron tanto la institución familiar y otros grupos intermedios de la sociedad, como lo es la Iglesia, por ejemplo, acudan hoy a ellos desesperadamente para intentar parar a los vándalos que queman París.
Reflexionando sobre aquella gesta revolucionaria ya en 1790, Edmund Burke (1729-1797), político y escritor irlandés, sentenció: “¿Pero qué es la libertad sin sabiduría y sin virtud?; es el mayor de todos los males posibles; porque es insensatez, vicio y locura, sin tutela ni restricción”. También dijo que “quienes confunden el bien y el mal, en realidad son enemigos del bien” y que “para que triunfe el mal, solo es necesario que los buenos no hagan nada”. Deberíamos tomar nota para no equivocarnos nosotros al tomar las recetas importadas de la trasformación educativa.