El 12 de julio de 1962 comenzó una historia cuyo último capítulo aún no se avizora, a pesar de los años: ese día tuvo lugar el primer concierto de lo que hasta hoy es la banda de rock más importante del mundo: <strong>The Rolling Stones.</strong> Han pasado cincuenta años de aquel concierto fundacional, pero la maquinaria musical, vital para entender la cultura popular del siglo XX, sigue viva.
A lo largo de este tiempo, la banda hoy conformada por <strong>Mick Jagger, Keith Richards, Charlie Watts y Ronnie Wood</strong> ha ido dando testimonio, a lo largo de toda su discografía, de momentos importantes y decisivos en la historia de la cultura contemporánea. Algunas de esas claves son mostradas por el periodista, escritor y músico Felipe Vallejos, quien además cuenta la temprana conexión entre los Rolling Stones y el Paraguay: la aparición de un arpa paraguaya con los acordes de “Pájaro campana” en una canción de 1967.
El periodista Elías Piris revela las formas en que la sensibilidad juvenil se acerca al rock & roll por medio de una banda mítica. Y, finalmente, el poeta y músico Eulo García reseña la autobiografía de Keith Richards, Life (Vida), un éxito de ventas en todo el mundo, en donde el músico rememora aquel primer show de 1962, describiendo la sensación de tocar rock como ponerse a volar sin permiso.
<h2>Simpatía por los viejos demonios</h2>
En julio pasado se cumplieron cinco décadas del primer concierto de los Rolling Stones. Un repaso por su trayectoria, su influencia en Paraguay y la influencia paraguaya en ellos...
Por Felipe Vallejos
Escritor y músico
Una bobada: pero supongo que si alguien me viniera con la famosa “chorrada” de que si tuviera que irme a vivir solo a una isla abandonada, cuáles serían los diez únicos discos que llevaría conmigo, imagino que no faltaría al menos una colección de grandes éxitos (una doble, de ser posible) de los Rolling Stones.
La simpatía que siento por estos viejos demonios es de larga data. Su música está incorporada a mi organismo creo que desde que asumí que el rock & roll marcaría los pasos de mi vida. Son muchas bandas, pero los Stones, sin duda, ocupan un lugar preferencial.
<strong>Arpa paraguaya stone</strong>
Cierta vez, creo que fue el siglo pasado, en una remota galaxia, bromeábamos en una publicación con que los Rolling Stones finalmente serían los iniciadores, estrictamente, al pie de la letra, del “rock paraguayo”... Esto porque en uno de los cortes de su Their Satanic Majesties Request, de 1967, en “On With the Show”, se oyen fragmentos del arpa del “Pájaro Campana” (se dice que fue interpretada por Los Paraguayos...). Pero eso es todo. El álbum es una locura de sicodélico, no tuvo buenas críticas y esa arpa se mezcla en medio de todo. Pero quedó para el anecdotario musical paraguayo; al fin y al cabo no es un didgeridoo australiano ni un charango boliviano lo que se oye ahí, es un arpa paraguaya.
A los Stones siempre se los señaló como algo así como la cara opuesta de los Beatles. Mientras que los Beatles encarnaban a los chicos pulcros, buenos y simpáticos que hacían bien sus deberes, aquellos que todas las mamás querrían adoptar, si hasta la Reina de Inglaterra los homenajeó, los Stones eran los callejeros, marginales, bocasucias, anárquicos, furiosos. Algo de eso hay. Su sonido era notablemente más áspero, estridente y poco amable en comparación, tenían más oscuridad, tanto en el sonido como en la actitud, y mucha ironía y sarcasmo en las letras. Su música reconoce una fuerte conexión con el blues, el rythm & blues, o con la música negra en general. Hay quienes dicen que los Stones tenían una mirada más cruda y sarcástica de su entorno, y que los Beatles cantaban más al corazón.
Pero que su estética, imagen, actitud, sonido, eran decididamente subversivos, sí. Tan solo su símbolo, esa lengua asomándose entre labios voluptuosos, fue todo un escándalo para la época. Veamos su Beggars Banquet con la foto de portada de un sucio baño público con las paredes llenas de graffitis, entre ellas una que dice: “Nixon ama a Mao”. Fue considerada indecente. O la de Sticky Fingers (diseñada por Andy Warhol), con un primer plano de la pelvis de Mick y una edición especial en la que se podía abrir el cierre de su jean (y verle los anatómicos a Jagger).
<strong>La banda y su tiempo</strong>
Las canciones son un reflejo del tiempo en que nacieron y que ellos vivieron con intensidad. “Street Fighting Man” está cargada de Mayo Francés, revueltas estudiantiles en Londres, movilizaciones contra la Guerra de Vietnam en los EE. UU., donde de hecho el corte fue censurado por numerosas radioemisoras por temor a que inspirara a los chicos. “Las radios me decían que esta canción es subversiva. ¡Claro que es subversiva! Pero es estúpido pensar que puedes iniciar una revolución con una grabación. ¡Ojalá se pudiera!”, dijo Jagger.
No olvidemos esa joyita acústica de corte blues-country: “Sweet Black Angel”, publicada en algunas compilaciones también como “Black Angel”, original del álbum Exile on Main Street. Dedicada con cariño y admiración a la activista afroamericana de los derechos civiles --dirigente comunista y miembro de los Panteras Negras-- Angela Davis, entonces detenida e imputada por homicidio, en realidad un episodio confuso.
El mítico “Sympathy for the Devil”, malinterpretada por algunos como satánica (hay que leer más que solo el título, gente), es en realidad un relato en primera persona de cierto personaje interviniendo directamente en diferentes sucesos... Desde el asesinato de los Romanov, durante la Revolución Rusa, pasando por la Segunda Guerra Mundial al asesinato de los Kennedy, el misterioso personaje estuvo cerca de todo...
Pero son una banda de rock & roll, no un grupo político. Sus canciones tienen sentido, otras son puro jugueteo, pero por encima de todo nos emocionan.
¿Que si tuvieron alguna influencia bien marcada en la escena paraguaya? Rápido y sin ahondar mucho, no se me ocurre ningún ejemplo específicamente stoneano (tipo Ratones Paranoicos). Pero supongo que, de todos modos, forman parte del ADN de todo aquel que se jacte de roquero... En todo caso: es solo rock & roll, pero me gusta...
<h2>* Majestades irreverentes y cincuentenarias</h2>
Por Elías Piris
Músico y periodista
Recuerdo que de chico leía los trípticos que se dedicaban a repartir varios fieles de sectas protestantes, conocidas en estas latitudes como “iglesias evangélicas”. Un apartado recurrente en estos panfletos era el que trataba sobre los “peligros del rock”, sobre la influencia del lord de las tinieblas en ese género musical temido y cuasi prohibido. Una canción emblemática entre las “peligrosas”, y posiblemente la más rechazada, era “Simpathy for the Devil”.
Pasando de largo las advertencias, me sumergí en las aguas del rock and roll, dejándome llevar por la energía de las guitarras de Richards, las letras provocativas y el contorneo de caderas de Mick Jagger, el potente bajo de Ron Wood y la precisión y el tempo perfecto del baterista Charlie Watts.
Pero el factor que tal vez más me sedujo de los Stones fue su imagen despreocupada, que proyectaba el lado antisistema del rock. Tiempo después comprobé que ellos eran, son y serán como el resto de los mortales los ven: las auténticas majestades satánicas, que, a pesar del paso del tiempo, a pesar del advenimiento de otras corrientes estilísticas en el Reino Unido, salieron airosos a flote.
Tal vez lo más importante de los Rolling Stones es que hallaron la manera de reinventarse a través del tiempo. No importó el paso arrollador del punk rock, las nuevas olas de la new wave, el rock psicodélico, el aluvión del pop, de la música disco, ellos siempre estaban, a pesar de los excesos, las rupturas y separaciones.
Mis majestades, pese a que tal vez no se encuentren en condiciones de realizar otra gira por el mundo, son la leyenda viva del rock and roll peligroso, irreverente y prohibido. De más está decir que en los panfletos de las sectas protestantes todavía se sigue recomendando no escuchar “Simpathy for the Devil”...
<h2>* Sin permiso para volar</h2>
Por Eulo García
Poeta y músico.
Porque los principales riesgos que nos marcan en la vida no necesitan autorización, ni mucho menos papeles con sellos, ni tarjetas personales firmadas por alcaldes, profesores o burócratas sentados tras los escritorios de la transa.
El rock and roll ha sido desde siempre un maravilloso riesgo, y quienes sobrevivieron a él supieron flotar sobre ese riesgo y volver a la tierra, donde el peligro no descansa.
Uno de estos sobrevivientes, quizás el mayor de ellos, es el legendario Keith Richards, guitarrista de la más grande banda de rock and roll de todos los tiempos: The Rolling Stones.
Protagonista de las más increíbles historias en el anecdotario del rock (incontables apresamientos, relaciones amorosas tumultuosas, affaires con estrellas del jet set internacional que incluyen a modelos, actrices y hasta primeras damas, supuestas transfusiones íntegras de sangre, por citar las más conocidas), el querido Keith es un sobreviviente nato; por eso es que quien haya escuchado o leído al menos una de las historias que lo inmortalizan, no puede dejar de sonreír de manera cómplice ante el epígrafe firmado por él mismo, que antecede a los 13 capítulos que conforman Vida (Península, 2010), la brillante autobiografía del mítico músico británico, escrita en colaboración con el periodista norteamericano James Fox: “Esto es Vida. Aunque les cueste creerlo, no he olvidado nada”, dice Keith, y luego de la sonrisa socarrona, es difícil eludir un pensamiento también socarrón, algo así como: “Este cabrón es un jodido sobreviviente”.
Pero, más allá de las complicidades y las anécdotas extremas, lo que atrapa de Life es el tono con que Richards nos cuenta su vida. Sin apologías ni soberbia, Mister Keefs cuenta los hechos de manera cruda pero alegre, y ese tono y esa sonrisa sobresalen, incluso, a la traducción al español, limitada a modismos y jergas españoles. Sobresale incluso a la inevitable limitación que, en síntesis, conlleva cualquier traducción.
“El espíritu del rock and roll”, dirá alguno, cosa que yo asentiré firmemente. Por eso, cuando Keith me cuenta (porque me habla a mí, como te habla a vos, donde quiera que se lo lea) del azar que precedió a la primera presentación de su grupo, en el ya mítico Marquee Club, de Londres, y del límite en el que se sintieron junto a Mick Jagger y Brian Jones cuando les apuraron a que les den un nombre para la banda y que en lo único que pensaron los tres fue en Muddy Waters y en su canción “Rollin’ Stone”, comprendo sus palabras y me parece oír, aún, las alas de su corazón.
“Es una sensación impagable --cuenta sobre aquella primera actuación del 12 de julio de 1962--. Y llega un momento en que te das cuenta de que realmente has abandonado el planeta durante un rato y de que eres intocable flotando a varios metros del suelo porque estás con tíos que quieren hacer exactamente lo mismo que tú y, cuando funciona, eso te da alas. Sabes que te has ido a un sitio donde la mayoría de la gente nunca ha estado, un lugar especial. Y a partir de ese momento vuelves una y otra vez a ese sitio y luego aterrizas; y cuando aterrizas, siempre te trincan. Pero aun así no dejas de querer volver una y otra vez: es como volar sin licencia.
Hace varios años ya, leí una entrevista a Andrés Calamaro, para mí una de las más sensatas y de las últimas en esa talla, del músico argentino. Calamaro decía algo así como que había solo dos tipos que hasta hoy podían hablar con autoridad sobre lo que es el rock and roll. Estos tipos son --decía Andrés-- Bob Dylan y Keith Richards. Y aunque yo le agregaría un nombre (el indestructible Lemmy Killmister, líder la banda de rock duro Motörhead), hasta hoy me sigue pareciendo de las pocas verdades que quedan en la actualidad de la industria de la música. Aunque para asumir esta autoridad, Mister “Keef” no necesite de ningún papel que lo autorice.
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