Como parte de una investigación “caníbal”, una que revisa y deglute símbolos y temas de la naturaleza en un radical contraste de luz y sombra, así como en su elección por la abstracción, Alejandra Mastro interpreta una sinfonía biológica y espacial del paisaje. Valiéndose de una mediación técnica que refiere, de igual modo, a la hibridez formal de estos artefactos, las imágenes parten siempre de la fotografía y se valen en ciertos casos de la organización grupal en polípticos, resignificándose en visiones poliédricas y seriadas que indican al sujeto sobre el objeto.
No solo se trata de la extraña perspectiva o de la imaginación de la creadora; sabemos que la naturaleza sigue principios como la circularidad, la gravedad, las fuerzas eléctricas del viento, la corriente del agua, las rayas y quiebres de pisadas, o los movimientos tectónicos del subsuelo. Fotografías que son registros directos y que se erigen cual analogía simbólica, como presencias de acciones y fuerzas peripatéticas en El paisaje es el del yo.
Esta obra reciente puede verse entonces como una exploración de la ausencia que toma por excusa la historia natural, pero aspira, en un sentido general o universal, a ser una historia profunda y oculta de lo que se encuentra más allá de los grandes relatos o las historias conocidas. Una fotografía plasticista a modo de rayos X de un planeta apocalíptico, una investigación del caos salvaje donde los objetos de la naturaleza declaran la última belleza de la ruina.
En análoga paradoja, esta colección captada en los bosques de robles y hayas de Baviera, en las selvas húmedas de Guatemala o en los desiertos de la Patagonia Austral disuelve las categorías de lo cultural y lo natural en un acertijo de identidades y de paradoja ambiental. Esta iconografía podría aportar evidencia del infortunio de monumentos naturales como ríos, montañas y árboles, pero también sugerir los restos de una humanidad devenida en sustrato geológico, en la mera piel y carne despellejadas por el invierno del futuro al que nos acercamos.