Por Andrés Colmán Gutiérrez
@andrescolman
El hombre que bajó del ómnibus de La Internacional, en la terminal de la empresa Brújula Turismo, sobre la calle Presidente Franco casi Colón, en la zona portuaria de Asunción, no se parecía en nada al actor suizo-austriaco Maximilian Schell, quien tres años antes lo había encarnado en la aclamada película Odessa, dirigida por Ronald Neame.
Al contrario del apuesto y despiadado oficial nazi que aparece en la pantalla, el recién llegado parecía un abuelo cansado y obeso, con poco pelo y grueso bigote, que sudaba copiosamente ante el calor de la siesta paraguaya y rengueaba con dificultad, arrastrando una ajada maleta.
Era el 7 de julio de 1977, cerca de las 15.00. El hombre que llegaba huyendo desde Argentina con una identidad falsa no era otro que el buscado criminal nazi Eduard Roschmann, apodado El Carnicero de Riga, a quien el novelista inglés Frederick Forsyth había puesto en el foco mundial con su libro The Odessa files (o simplemente Odessa, en que se basó la película), relatando las atrocidades que cometió como comandante del gueto de Riga, en Letonia, durante la Segunda Guerra Mundial, donde se le acusa de haber asesinado a 30.000 judíos.
LA PENSIÓN. En las inmediaciones de la terminal de Brújula estaba el bar copetín Pez Mar, donde Roschmann entró a beber una gaseosa. Con su dificultoso español preguntó al dependiente si conocía un hotel “que no sea muy caro”.
El encargado del bar era un ciudadano chino, quien le contó que él vivía en una pensión familiar donde había camas disponibles. Roschmann se mostró interesado y el chino le anotó la dirección en una servilleta.
Alrededor de las 16.00, un taxi lo dejó frente a una casona de la calle Iturbe 859, casi Manuel Domínguez, donde funcionaba la Pensión Ríos, propiedad de Juana Echagüe viuda de Ríos. Cuarenta años después, la fachada sigue igual, pero ahora el local pertenece al Estudio Jurídico Riera Abogados, que integra el ministro de Educación, Enrique Riera, junto a otros socios.
El costo del alojamiento era 400 guaraníes por día, que incluía la cama en una habitación compartida y las comidas. Roschmann pagó diez días de permanencia.
“Vino recomendado por uno de los chinos que eran nuestros pensionistas, por eso no hubo problemas en alojarlo. Tenía una cédula de identidad argentina, a nombre de Federico Wegener y con ese nombre se registró en la pensión”, relató Aníbal Ríos, uno de los dueños del local, en una entrevista con Última Hora, semanas después de la llegada del criminal nazi.
ESCONDIDO. “Era un pensionista normal. Incluso mi madre le comentó a uno de mis hermanos: ‘Ojalá que todos fuesen como Wegener... ¡si hasta para ir al baño pide permiso!”, describió Ríos.
Hablaba español, no fluidamente, pero se hacía entender sin dificultades. Salía poco a la calle y se pasaba gran parte del tiempo leyendo en la habitación. La dueña de la pensión le preguntó a qué se dedicaba y el huésped le dijo que era comerciante, que había venido al Paraguay a buscar a una familiar suya, de ascendencia alemana.
Roschmann trataba de hacer contacto con la misma organización local, vinculada a Odessa (la red secreta que ayudaba a los nazis a escapar), que había brindado protección a otro criminal de guerra, el médico Joseph Mengele, el Ángel de la Muerte, que entre 1959 y 1963 vivió oculto en Paraguay, pero en los años 70 la acción del grupo se había vuelto mucho más hermética, ante la fuerte vigilancia internacional de los “cazadores de nazis” como Simon Wiesenthal y Beate Klarsfeld, que tenían al país bajo la lupa.
LA HUIDA. Roschmann había llegado a la Argentina en 1948, huyendo con un pasaporte de la Cruz Roja a nombre de Federico Wegener.
Allí pudo montar un negocio de venta de madera, casarse y obtener la nacionalidad argentina, hasta que en 1963 un tribunal de Hamburgo emitió una orden de arresto en su contra y en 1976 el Gobierno argentino aceptó conceder la extradición.
Alarmado ante el riesgo de ser capturado, Roschmann hizo apuradamente una maleta y abordó el primer ómnibus rumbo al Paraguay.
Tenía 63 años de edad, sufría de una afección cardiaca y caminaba dificultosamente porque le habían amputado cuatro dedos de los pies, pero confiaba en que Odessa y los nazis paraguayos le iban a brindar ayuda y protección.
Esperó en vano en la pensión, hasta que el 26 de julio sufrió un ataque al corazón y los dueños lo trasladaron hasta el Hospital de Clínicas.