La película Saltburn ingresó hace unos días a la plataforma de streaming Amazon Prime Video, con una historia que conducida por el deseo explora sexualidad, soledad y poder.
La cinta nos presenta a Oliver Quick, un joven que ingresa becado a la prestigiosa Universidad de Oxford, donde se ve encandilado por el atractivo y popular Felix Catton.
A pesar de la diferencia económica, de a poco Oliver se acerca a Felix y ambos establecen un profundo vínculo de amistad. Tras padecer un trágico suceso familiar, el atractivo joven invita a su nuevo amigo a vivir a su mansión, que pasa entonces a ser el escenario donde sus personajes se entrelazan en un laberinto de lujuria, manipulación, resentimiento, miedo y mucho erotismo.
Tanto la dirección como el guion están a cargo de la actriz Emerald Fennell, responsable de Hermosa Venganza, su primer largometraje como directora y guionista, que le otorgó su primer Oscar recibido en la terna de Guion Original. La cinta estrenada en el 2020 disputó además otras cuatro categorías del premio, incluidas las de Mejor Película y Dirección.
Fennell convocó al galán en ascensión Jacob Elordi como eje central de esta historia. El actor australiano exacerba la levedad propia de la juventud en su interpretación y sin posibilidad de escapar de sus atributos físicos se autorretrata con gracia como un objeto de deseo.
La belleza de Felix fija la atención de Oliver y destapa una furia de deseos.
Oliver es un joven envuelto por la discreción, aquella que lo mantiene desapercibido en medio de la muchedumbre de estudiantes y fuera de sospechas en la mansión.
El personaje es encarnado por Barry Keoghan, que encuentra en su papel una razón para subir un peldaño más en lo que se considera talento.
Tan solo el año pasado disputó el Oscar de Actor de reparto por su interpretación en Los espíritus de la Isla.
El actor irlandés de 31 años acumula una filmografía en la que suenan nombres como Christopher Nolan, Chloé Zhao, Yorgos Lanthimos y Matt Reeves, con películas que van de drama a los de superhéroes. En sus personajes, la perturbación parece intrínseca. En Saltburn, no podría ser distinto.
Si por un lado, Elordi encandila con sus atributos físicos, Keoghan brilla por su preciso despliegue de expresiones, posturas, tonos y emociones.
Paradójico a su rostro impasible, junto a su penetrante mirada y sus ojos azules, provoca inquietud, sus decisiones evocan perturbación y su empleo de voz oscila entre tonos como luces que se ajustan al ambiente.
La película es presentada en un formato distinto a la habitual pantalla ancha, se centra en una dimensión cuadrada que lejos de limitar fortalece la narración visual.
La cinematografía destaca, por momentos parece entregar pinturas; los planos capturan y elevan desde gestos hasta escenarios. La oscuridad propia de la historia está presente en el ambiente, entre luces y sombras.
Entre clásicas, instrumentales y clásicos, la música acoge, aturde, sorprende e incomoda.
A lo largo de dos horas y 11 minutos, el deseo se manifiesta desde la primera mirada.
Tal como la oscuridad que sustrae las formas, el deseo domina a los personajes y lejos de esconderse, se revela en el sesgo de la ambición, la negación a lo opuesto, el sostenimiento de las apariencias, la incansable disputa de poder, la búsqueda de seguridad, el peso de la soledad y la inminente sexualidad.