21 oct. 2024

Salud mental en el centro abandonado

Estuve dando una vuelta por el abandonado Centro de Asunción, justo el día en que varias autoridades anunciaron la promulgación de la Ley N° 7018 de Salud Mental.

En esa escena se me presentaron varios factores de la realidad que sería bueno tuvieran en cuenta. Hay como un paralelismo entre el deterioro urbano y el de la salud mental. Podemos plaguearnos al ver los síntomas, pero si no vamos a la raíz del mal, ¿cómo vamos a mejorar?

Me gustó esa parte de la nueva ley que habla de que tratarán de brindar una “atención humanizada centrada en la persona y su contexto sicosocial”. Se agradece que, al menos en el inicio de la ley se parta de lo que parece una perspectiva personalista, porque ello implicaría, al menos si hay coherencia, tener en cuenta todas las dimensiones de la persona: corporal, sicológica, sociocultural, espiritual. Dirigen nuestra ilusión a la práctica de la empatía, la cooperación, la competencia moderada, la solidaridad y el sano realismo.

Pero como ocurre también con el rescate de la ciudad, del dicho al hecho, un largo trecho. Solo llegar al artículo 3 de la mencionada ley y ya surge la primera frustración al leer su intento de definición de salud mental, pero que no define y habla solo de un “proceso determinado por componentes históricos, socioeconómicos, culturales, biológicos y sicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos de toda persona”. Cualquier estudiante de colegio al leer esta supuesta definición se preguntaría de qué proceso hablamos.

No tiene sentido levantar un andamiaje legal sobre la base de una definición vaga que no aclara lo esencial y se pertrecha de clichés de moda solo para dar la talla comunicativa o hacer un guiño a lobbies políticos que quieren instrumentalizar el tema de la identidad sexual, por ejemplo, con eso de la “construcción social”. Es hacer una casa sin cimientos. ¿Cómo pasó el análisis de los legisladores? ¿Una vez más no leyeron lo que firmaron y se lanzan por el lado populista de su presentación en sociedad? Típico de cierta burocracia ineficiente, pero muy preocupante cuando se piensa en los profesionales del área que avalaron esta base conceptual que enmarca su campo de acción.

Luego nos topamos con toda una sarta de contradicciones que, por ejemplo, desestiman en el diagnóstico de la salud mental “la falta de conformidad o adecuación con valores morales, sociales, culturales, políticos o creencias religiosas prevalecientes en la comunidad donde vive la persona”, claro, dicen que esa no puede ser una base exclusiva, pero es que es sabido que dicha conformidad constituye una parte del equilibrio mental deseado, ya que la adaptación social servirá de base a las transformaciones creativas que las personas aportan desde su individualidad. Además es una contradicción de la ley que solo dos artículos antes habla de centrar la atención “en la persona y su contexto sicosocial”. La clave de una mejor definición está en reconocer el valor de la persona con su condición ontológica que hace a su dignidad particular, de la cual parte toda intervención sana y no de simples elucubraciones que omiten factores y datos importantes al tratar su salud y su identidad.

¿La política y la ley con lógica de poder y desentendidas de la justa razón ya no pueden ponerse al servicio de la realidad? ¿Los profesionales se prestan a este juego de ambigüedades para que les den un lugar y un presupuesto por esa vía? Mientras tanto, las personas que están fuera de las guerras ideológicas que hoy pasan por las definiciones, están en su carne y hueso sufriendo dolor, confusión, disforia, soledad, angustia, insatisfacción, pero también sigue tan deseosa de felicidad y plenitud como en todos los tiempos. La sicología puede aportar mucho más guardando una sana distancia de los clichés y reduccionismos, y acudiendo con humildad inteligente a la realidad que es sabia.

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