Pertenezco a una generación que no sabe por experiencia propia lo que se siente vivir una crisis económica: el hundimiento del sistema financiero paraguayo en los 90 y el descalabro fiscal que le siguió hasta el 2000 nos pegaron mientras todavía dependíamos del sustento de nuestros padres. Ahora la pandemia del Covid-19 nos sorprende, inmersos en la vida adulta, pero sin tener idea de lo que pueda resultar.
Son los tiempos de mayor incertidumbre para una generación que creció acostumbrada a cambiar de trabajo cuando ya no se sentía a gusto, a viajar sin restricciones y a disfrutar de las libertades desde que nacimos, un estilo de vida muy diferente al que llevaron nuestros padres en su juventud.
Lo que menos necesitamos en estos momentos es un gobierno pusilánime, indeciso, vacilante y entregado a los intereses de los grupos privilegiados de siempre. No les tembló la mano para ceder ante la presión social y dejarnos fuera a quienes representamos un riesgo para la salud pública, así como para decidir confinarnos a unidades militares cuando por fin podamos regresar a casa. Entonces, no duden tampoco en recortar los beneficiosos de los que siempre gozó un funcionariado público cuestionado por su escaso aporte al desarrollo del país y de un sector empresarial que debe demostrar su responsabilidad social mediante la protección del empleo.
Este es el momento de iniciar las famosas reformas estructurales que nos permitan enfrentar este tipo de situaciones; no podemos simplemente aceptar que no estamos en condiciones de detenernos un mes o dos para salvar la vida de nuestra población. La administración responsable de los recursos públicos, una mayor cobertura de seguridad social y la priorización de la atención a los grupos vulnerables son pasos más que nunca impostergables y por los que la sociedad paraguaya clama a gritos.
Estoy viviendo esta pandemia en una sociedad que viene acatando disciplinada y voluntariamente las medidas de restricción al contacto social que gradualmente se imponen desde hace tres semanas, sin que la policía tenga que humillarles con persecuciones absurdas ni ministros que ironicen con la prohibición de visitar a los familiares en el interior. En Alemania, la gente está convencida de que su gobierno recomienda lo más conveniente para salvar sus vidas y si se tienen que endeudar para recuperar las pérdidas económicas de este confinamiento, lo harán y con la contribución de todo el país. Esta es la confianza que necesitamos sentir también hacia nuestros gobernantes, pero se sigue tornando imposible.
Como leí en un tuit: de una recesión económica podemos salir; del cementerio, no. Marquemos la ruta a seguir, pongamos la vida en primer lugar y si debemos seguir en nuestros sofás, que sea por el bien de todos.