El padre Laborde resume los dones que hicieron famoso al padre Pío y que le granjearon en su época, algunos impases con la jerarquía eclesial. “El padre Pío es muy conocido y amado por el pueblo de Dios, por toda la iglesia. Venerado por esa característica particular que es el carisma de los milagros: ya en vida eran muy numerosos los milagros que se le atribuían. El hecho mismo de ver en su cuerpo los estigmas, las llagas de Cristo llevadas por 50 años”, señala el fraile de origen uruguayo.
Pío tenía el don del carisma de leer en las conciencias de los fieles. “Muy a menudo en la confesión, él te decía qué pecado habías cometido cuando el penitente no se acordaba o tenía dificultades para expresarlos: solía decir con precisión día, hora y fecha y número de veces que había cometido un determinado pecado”, relata.
Bilocación. Se le atribuye el sobrenatural fenómeno de la bilocación: durante 52 años vivió en el convento de San Giovanni Rotondo y nunca abandonó ese lugar en ese tiempo. Sin embargo, hay testimonios de que lo vieron en otros países, incluso, en Latinoamérica. “Hay un caso ocurrido en Uruguay que está bien documentado con varios testimonios. También estuvo en otros países (de Europa), donde el padre Pío estuvo presente para una misión particular sin haber dejado al mismo tiempo el convento”, apunta Laborde.
De joven experimentó lo que se conoce como la gracia de la transverberación, que es un fenómeno místico en que el fiel siente que su corazón es atravesado por un dardo divino encendido.
Pese a que era un hombre místico, tenía presente las necesidades de la gente común.
Dio vida a un hospital, al que bautizaron Casa de Alivio al Sufrimiento. Allí atendían a enfermos pobres que en ese tiempo “no tenían posibilidad de curarse y se morían por enfermedades muy banales”, señala el custodio.
También vio la necesidad de los jóvenes sin trabajo después de la Segunda Guerra Mundial. “Hizo una congregación franciscana para que se formara entre los jóvenes distintos oficios y así pudieran trabajar honestamente, formar sus familias y que sigan como buenos cristianos”, reseña.
Obediencia. Tuvo un gran amor a la Iglesia Católica, pese a que su relación con la Iglesia fue muy difícil. Su carisma le llevó a que le pusieran a prueba desde el mismo Vaticano y le impusieron “medidas injustas, restrictivas de su ministerio”. Y, sin embargo, el padre Pío aceptó “con humildad y obediencia” todo lo que la Iglesia le puso: “lo más doloroso fueron los años de segregación –entre 1923 y 1933– durante los cuales no pudo celebrar misa públicamente ni confesar fieles o tener contacto con el mundo exterior”, manifiesta.