Los factores exógenos que están impactando negativamente la economía nacional vienen a profundizar los problemas estructurales que ya tenía la microeconomía antes de la pandemia. Las estadísticas oficiales eran claras acerca de las oportunidades económicas mediocres que enfrentaba la población.
Los indicadores nos mostraban que a pesar de los bajos niveles de desempleo e inflación promedio, las mujeres y la juventud tenía problemas críticos para conseguir empleo y los precios de los alimentos aumentaban mucho más rápido que los del resto de bienes y servicios de la canasta familiar.
En un país tan desigual como Paraguay, los promedios generales siempre son un problema; sin embargo, políticos, autoridades económicas y algunos sectores nos quisieron vender la idea de un país exitoso. Si consideramos la macroeconomía, la desfasada teoría del efecto derrame fue el sustento de las políticas económicas.
Si bien nuestros problemas se acentuaron con la pandemia y la guerra, no se puede negar que las debilidades de nuestro modelo se veían desde siempre. La crisis climática acentuará la situación ya agudizada en la última década con las sucesivas sequías y olas de calor.
Los niveles y la calidad del consumo de los hogares eran bajos y si analizamos los indicadores de salud nutricional podremos ver un deterioro al respecto ya que están aumentando la obesidad, el sobrepeso y la prevalencia de enfermedades derivadas de la mal y subnutrición. El reciente informe del Instituto Nacional de Estadística sobre inseguridad alimentaria no es más que la concreción de un fenómeno de larga data y que tiene bases en las condiciones históricas de los hogares paraguayos.
La caída del consumo de los hogares se da en diferentes niveles y rubros, ya que las familias buscan equilibrar sus necesidades con sus restricciones presupuestarias. Los ingresos y el bienestar ya eran bajos para la mayoría, por lo que el deterioro es un retroceso para la calidad de vida.
El agravamiento de los problemas de base impulsado por condiciones externas está generando una reducción del consumo de determinados rubros para garantizar el consumo de alimentos básicos. Esto conlleva otra serie de problemas, como el reemplazo de alimentos de mejor calidad por otros menos nutritivos.
Las mujeres sufren de manera particular estos cambios en las pautas de consumo, ya que son las principales responsables del equilibrio presupuestario dentro de los hogares. Estudios en otros países dan cuenta del aumento de las horas de trabajo no remuneradas por la necesidad de reemplazar la compra de bienes y servicios en el mercado, lo cual afecta a sus oportunidades en el mercado laboral. Ni hablar del impacto a largo plazo en la infancia si se reduce la calidad de la alimentación.
Los cambios en el consumo en momentos de crisis no constituyen ahorro ni mejor uso de los recursos familiares. Al contrario, tienen efectos sumamente negativos en el corto, mediano y largo plazo, por lo que es necesario contar con políticas que permitan mitigar al menos en parte estos efectos.
Las autoridades económicas no están dando señales en torno a medidas para reducir el impacto negativo en las familias. Deben diseñar propuestas y discutirlas con la ciudadanía. No son excusas el factor externo ni el espacio fiscal. No puede ser que con los recursos con que cuenta Paraguay estemos sufriendo la misma situación que aquellos países sin tierras suficientes para la producción de alimentos sanos y a precios justos, energía, agua, bono demográfico o mujeres con educación y aspiración de trabajar.