29 sept. 2024

Se hizo cura para cumplir promesa y ahora misiona a la sombra de la guerra

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Misión pastoral. El padre Igor marcha al frente de una procesión por las calles de la ciudad de Lutsk, donde el país de sus abuelos está enfrascado en una guerra contra Rusia.

GENTILEZA

Descendiente de ucranianos, Igor Weretka Kazmirchuk, nació en el distrito Fram (Itapúa).
Siendo adolescente hizo una promesa de que, si su madre se recuperaba de una grave enfermedad que padecía entonces, se consagraría a la vida sacerdotal. Desde 2012 cumple su misión pastoral en Ucrania y hace poco regresó al país –por unas semanas de vacaciones– dándoles una sorpresa a sus padres. Si bien está un tanto lejos de la frontera ardiente con Rusia, en una nota a ÚH, relata algunos pasajes de estos dos últimos años al calor del fuego enemigo.

“Desde pequeño yo formaba parte de la Iglesia. Decidí ser sacerdote cuando tenía 13 o 14 años; mi mamá se enfermó y ahí hice una promesa de que mi mamá esté bien de salud y yo iba a dar toda mi vida a la Iglesia”, arranca el padre Igor, hoy de 32 años, quien –dicho sea de paso– es el primer frameño recibido como sacerdote ortodoxo en Ucrania.

En efecto, por sus venas corre sangre eslava y como creció con el idioma ucraniano y los ritos ortodoxos no dudó en marchar a las tierras de sus abuelos.

“Las promesas hay que cumplir –resalta–, así que me fui a Ucrania porque mi mamá es ortodoxa y también el seminario más cercano era Ucrania. Me fui allá a hacer mis estudios y me consagré sacerdote hace 12 años. Y ya estoy sirviendo allá”, apuntó en un diálogo que mantuvo recientemente con la corresponsalía de ÚH en Itapúa, pues a fines de agosto vino de sorpresa al país tras esa poco más de una década alejado de su familia paterna.

A su madre Eva Kazmirchuk y su papá Andrés Weretka, quienes fueron a recibirlo en el Aeropuerto Silvio Pettirossi se los notaba muy emocionados por la visita del hijo y sobre todo orgullosos por lograr sus objetivos a pesar de estar lejos de ellos.

Igor formó su familia en Ucrania, ya que la Iglesia Ortodoxa permite que los sacerdotes se casen. Tiene su esposa de profesión docente y un hijo de 11 años. Sus padres son oriundos Carmen del Paraná y del barrio Santo Domingo de Encarnación, respectivamente.

FUEGO ENEMIGO. A pesar de conflicto bélico que se registra entre Rusia y Ucrania, el padre Igor, como toda la Iglesia Ortodoxa, sigue su tarea de evangelización que no paró un solo día, según dijo.

“Ucrania es un país ortodoxo, igual que acá en Paraguay es católico. Desde el momento de la guerra, incluso en la pandemia del Covid, en la Iglesia no hubo ningún día que no tengamos misa, siempre hubo. Los domingos y fiestas grandes siempre se hizo misa, a pesar de las alertas aéreas la misa continuaba. Nosotros no paramos, seguíamos rezando, la gente misma venía a la iglesia”, indicó sobre la devoción que tienen en ese país y el desafío de celebrar liturgias en medio de sirenas que alertan la probable caída de bombas.

“No es que no tenía miedo, pero (los fieles) se quedaban rezando. La gente tiene mucha fe y apuesta a la esperanza y así hasta hoy día”, refirió.

Igor reside en la ciudad Lutsk, a 35 kilómetros de la frontera con Polonia, donde la guerra se siente igual, pero es una zona un poco más tranquila.

“La parte del conflicto es más hacia el otro lado. Alerta aérea hay, eso puede ser todos los días o se callan una o dos semanas y vuelven otra vez. Hacen ese juego sicológico con las personas; alerta puede haber a las dos de la mañana, a las cuatro o a las diez de la mañana. Tenés que estar preparado para ver dónde resguardarte porque no sabes qué va a pasar, si es alerta aérea puede que (la bomba) caiga o puede que no caiga”, señaló.

Las alertas –dijo– se hacen de diferentes maneras: “Hay sirenas en la ciudad que sueltan la alerta en el teléfono, la mayoría de los teléfonos con tecnología de punta ya tienen las notificaciones incluso cuando se cambia de región”.

AÑORANZA. El padre Igor habla ucraniano, castellano, inglés y un poco el guaraní. Lo que más extraña del país son las comidas típicas como la sopa paraguaya porque “conseguir allá los ingredientes es una tarea muy difícil”. Por lo que, cada vez que se le antoja comer esta delicia paraguaya, prepara la sopa con polenta porque no hay almidón.

“El chipa guasu se puede hacer, pero no hay queso Paraguay; entonces a veces preparo con queso mozzarella; no tiene el mismo sabor, pero se puede hacer”, contó al reconocer que la sopa paraguaya le sale más seca porque no hay allá harina de maíz ni almidón de mandioca. “Pero sí hay productos que se consiguen allá, como la yerba mate que en plena guerra compre para mi tereré; cuesta tres o cuatro veces más caro, pero igual compré porque hacía mucho no tomaba tereré”, relató.

Su papá le dejó en evidencia: “Lo primero cuando bajó del avión en el aeropuerto que pidió fue empanada y tomar tereré”.

Igor volvió el 11 de setiembre a Ucrania y antes dejó un mensaje a los jóvenes: “La guerra te cambia mucho; vos no sabés qué va a pasar en una hora; no sabés qué va a pasar mañana y, por lo tanto, que vivan sus sueños, que vayan y corran detrás de sus sueños”.

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Visita. El padre Igor posa junto a sus padres poco después de aterrizar en el Silvio Pettirossi.

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