El mundo se le había caído sobre las espaldas a Delia, cuando sus padres le contaron que estaban por perder la casa en la que ella y sus hermanos se habían criado, por una deuda que era muy difícil de pagar.
La desesperación reinaba ya en toda la familia, porque los padres, ya ancianos, no contaban con fuerzas para salir a trabajar.
Fue cuando le apareció una oportunidad, lo que ella creyó como una mano que le enviaba la providencia divina.
Ilda Arca viuda de Aquino, una vecina de toda la vida, le ofreció la oportunidad de buscar nuevos horizontes, ofreciéndole trabajo en Nantes, Francia, donde vive Perla, una de sus hijas. “La señora Ilda es la madrina de mis hermanos y me ofreció para trabajar en un restaurante. Me dijo que su hija se iba a encargar de las gestiones para obtener el pasaporte y los billetes de avión“, declaró la mujer, a quien le elegimos un nombre ficticio, sentada ante un tribunal, en un juicio oral, que se realizaría más tarde por su caso.
Delia cargó sus maletas de ilusión, esperanza y unas pocas pertenencias, para embarcarse rumbo a Francia. Los 800 euros que supuestamente iba a cobrar por su trabajo de mesera de bar, ayudarían a pagar de a poco la deuda contraída por sus padres y recuperar el techo que estaban a punto de perder.
A su llegada, en el enorme aeropuerto, que ella jamás imaginó pisar, ya la estaba esperando Perla Aquino Arca, hija de doña Ilda, junto a su marido. Ambos se mostraron muy amables y esa noche Delia durmió en la casa de la pareja, pensando que al otro día ya comenzaría a trabajar.
La mujer cenó, se tomó una ducha y durmió plácidamente, creyendo que estaba viviendo un sueño, que en cuestión de horas se convertiría en una pesadilla. Allí, sin preámbulos, Perla le contó sus verdaderas intenciones. Le reveló que no venía a trabajar de mesera sino que debía ejercer la prostitución en un lupanar; el 50% de la ganancia obtenida de cada cliente iría para ella, mientras que el resto se lo llevaría la patrona.
descuento. A Delia le informaron además que se le descontaba la compra de preservativos y el alquiler de la habitación que utilizaría para recibir a los clientes. Ella se rehusó y ahí comenzó el calvario.
Entendió que fue captada por una red de trata de personas; que había sido vilmente engañada, sin posibilidad de escape, en un país extraño, con un idioma que nunca escuchó hablar en su vida. Que su nombre ingresaría a la lista de las 70 mujeres que por año son víctimas de este flagelo.
Aun así, acorralada como estaba, se animó a intentar lo imposible y a pesar de todas las amenazas que recibió, aprovechó una visita al supermercado para esconderse en una cámara frigorífica. Los empleados del lugar la llevaron junto a la Policía y estos la trasladaron a un albergue.
Delia ya no confiaba en nadie y decidió lanzarse de un cuarto piso, poniendo en riesgo su vida. Pero con la ayuda de las autoridades europeas y de la atención que recibió, pudo recuperarse y volver a nuestro país a contar la historia.
Gracias a su testimonio, se supo que en Ciudad del Este toda una familia se dedicaba a captar mujeres de escasos recursos, ofreciéndoles trabajos, ya sea, en Nantes o en Pamplona, España.
Los investigadores lograron detener a la mayoría de los responsables y ponerlos a disposición de la Justicia.
A mediados de marzo del 2019, tres años después, un tribunal de Sentencia condenó a 13 años de pena privativa de libertad a Ilda Arca, 8 años para su hijo César Aquino Arca y 3 años para Ramón Jara Acosta, dueño de la agencia de viajes que llevaba a las víctimas al exterior. Todavía la Justicia no cayó con todo su peso contra las hermanas Karina y Perla Aquino Arca, según la Fiscalía.