01 may. 2025

Sencillo y “herido”, pero disponible

en perspectiva

Falleció el papa emérito Benedicto XVI. Finalmente ha cruzado “la oscura puerta de la muerte” de la que hacía referencia con notable serenidad en una carta en alusión al tramo final de su vida. Estaba seguro, escribía también, que “la amistad con el juez de su vida” le permitiría atravesarla “con confianza”.

Pero más allá del ámbito de la Iglesia Católica, institución que le tocó guiar desde 2005 hasta su histórica e inesperada renuncia en 2013, Joseph Ratzinger no deja de ser un personaje que llama la atención. Alguien de quien aprender y, por qué no, también criticar; una práctica que él apreciaba de manera particular, desde su naturaleza académica e intelectual. Amaba el sano debate y no temía las discusiones.

Pero está claro que en estos tiempos de estrés, activismo y saturación mediática podría resultar complicado bajar la marcha para apreciar una figura como la de Benedicto.

Puedo asegurar, por experiencia propia, que quien pueda sacudirse por algunos momentos de prejuicios –propios y ajenos– y asomarse a su obra y pensamiento, hallará algo o mucho de valor, ya sea a nivel filosófico, teológico, antropológico o simplemente a nivel personal; una forma distinta de mirar la realidad.

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Decía que cuando la razón reconoce que no se basta a sí misma, se abre a Dios y a la fe, “alcanzando la plenitud de su posibilidad”.

Peter Seewald, el conocido biógrafo papal, asegura que el padre Ratzinger, como gustaba que le llamaran tras su dimisión, era alguien “que es lo que dice y lo que predica”. Una autenticidad que hasta parecía la llevaba con dolor. “Vi a una persona que es lo que dice y lo que predica... también alguien con una inteligencia extrema”, agregaba el periodista y escritor, quien compartió numerosas jornadas con el Papa emérito.

Pero, además de la autenticidad que afirman quienes compartieron con él, quizás otro aspecto que vale rescatar sea su deseo de vivir y practicar la virtud de la humildad. Cualidad que la coronó con su renuncia al reconocer que no tenía las fuerzas físicas ni la salud para continuar con su responsabilidad. Prefirió dar un paso al costado exponiéndose a críticas.

El Pontífice emérito pidió que sus funerales fueran “sencillos y sobrios”. El féretro se colocará en un ataúd de zinc, que se sellará. Dentro se colocarán monedas acuñadas durante su pontificado, con sus palios y un breve texto descriptivo de su pontificado. Pero este hombre, amante de la música, reconocido por su portentosa inteligencia, es también ejemplo de coraje y valentía.

Denunció con claridad el avance de la “dictadura del relativismo” que hoy es una realidad en varios niveles; y alertó sobre “la ideología de género”, a la que llamó “la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura”. Fue criticado y odiado por ello.

Ante los casos de abusos sexuales en la Iglesia demostró coraje, pidió perdón de manera pública en reiteradas ocasiones y tomó determinaciones radicales para su prevención y castigo. “Inmediatamente, insistió en reunirse con las víctimas de abusos en cada viaje. Había llorado y sufrido con ellas”, apuntó el periodista y escritor Seewald.

Es difícil definir a un hombre como Ratzinger. Pero queda claro que su legado seguirá siendo motivo de análisis, debates, críticas y reconocimientos. “Su pensamiento agudo y educado no era autorreferencial, sino eclesial, porque siempre quiso acompañarnos al encuentro con Jesús”, mencionó en la víspera el papa Francisco.

Personalmente, me ha resultado siempre un hombre sencillo, que prefería el silencio a las grandes multitudes; “herido” por las situaciones que vivía, pero siempre disponible. Escucharlo era contemplar a un hombre marcado por una experiencia de fe y una extraña esperanza. “Hay que reconocer que fue un don para la Iglesia”, afirmó a EFE el jesuita Federico Lombardi, quien fuera su portavoz. A lo que se podría agregar que también lo fue para la humanidad.