La degradación medioambiental avanza a tal ritmo que, desde los años 70, el riesgo de convertirse en un desplazado climático se ha duplicado. “Nos estamos arriesgando a que no haya un solo rincón en el planeta a salvo del cambio climático”, augura a Efe María Jesús Vega, portavoz de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) en España.
Desde la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), definen como “migrantes climáticos” a aquellos que, “por razones imperiosas de cambios repentinos o progresivos en el medioambiente que afectan negativamente a la vida o las condiciones de vida, se ven obligados a abandonar sus hogares habituales, o deciden hacerlo, ya sea de forma temporal o permanentemente, y que se mueven ya sea dentro de su país o hacia el extranjero”.
Aunque lo normal es que estos movimientos sean internos, hay casos transfronterizos en los que es el país receptor el que tiene que asistir a los migrantes. Y es ahí donde “surge el problema”, ya que los refugiados tienen la protección de la Convención de Ginebra, pero los desplazados climáticos no cuentan con un paraguas normativo internacional, quizá alguna convención regional en las que sus situaciones “puedan encajar”, aclara Vega.
Separados por una “fina línea”
“La línea de separación entre desplazado climático y refugiado es muy fina”, añade. Porque el cambio climático es un “multiplicador de amenazas” que muchas veces lo que hace “es provocar o exacerbar conflictos ya existentes” por la carencia de recursos.
De hecho, en la Comisión Española de Ayuda al Refugiado (CEAR) rechazan de plano el concepto de “migrante climático” porque “alude a un cierto grado de decisión, a un mínimo de voluntariedad y de capacidad de las personas para decidir, ocultando el carácter forzado de estos movimientos”, explica a Efe Raquel Celis, coordinadora de Incidencia y Participación Social de la española CEAR-Euskadi.
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Además, el cambio climático “se queda muy corto para describir el nivel de degeneración medioambiental que sufre el planeta” y, aunque es cierto que está desplazando a población, hay otras degradaciones no incluidas en este concepto que también fuerzan migraciones: las provocadas por la industria del carbono y otras extractivas.
Un estudio de la organización británica Carbon Disclosure Project desvela que desde 1988 –cuando se creó el Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés)–, más de la mitad de las emisiones industriales mundiales se pueden rastrear en solo 25 empresas y entidades estatales.
“El cambio climático es la consecuencia última de un modelo que viene expoliando los bienes que son necesarios hoy y para las futuras generaciones y de un sistema en el que las industrias que están esquilmando los recursos juegan un papel muy importante”, censura.
La consecuencia es que 2018 batió el récord de nuevos desplazamientos internos: 30 millones. De ellos, 10,8 millones fueron por conflicto y los 17,2 millones restantes por desastres, en su inmensa mayoría (16,1 millones), relacionados con el clima, especialmente tormentas (9,3 millones); ciclones, huracanes y tifones (7,9 millones) e inundaciones (5,4 millones).
El desplazamiento dentro del desplazamiento
Nadie está a salvo del cambio climático, pero sus estragos son más crueles aún con los 70,8 millones de personas que han tenido que huir de la guerra o de la persecución, 30 millones de ellos refugiados, según Acnur.
“Muchas veces los espacios que proporcionan los gobiernos para levantar un campo de refugiados son zonas estériles, sin acceso al agua, aislados y expuestos a inundaciones, sequías y otros desastres”, relata Vega.
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Es lo que ha ocurrido con 200.000 de los 900.000 rohinyás que, tras lograr escapar de la violencia de Myanmar, tuvieron que salir de sus asentamientos de Bangladés, anegados por las inundaciones. Es “el desplazamiento dentro del desplazamiento”.
Un fenómeno que se ensaña más con las mujeres
Mujeres y niñas sufren de manera diferenciada los impactos del cambio climático en general y de las migraciones climáticas en concreto. Así lo ha puesto de manifiesto recientemente Ecodes en “Perspectiva de género en las migraciones climáticas”.
Y es que suelen ser las principales responsables de tareas que son cada vez más difíciles de realizar por el impacto climático, como es la recogida de agua, de lo que se encargan en ocho de cada 10 hogares que carecen de ella. Algo que incide en asuntos como su educación o salud.
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Por no hablar de que, tras un desastre, están más expuestas a todo tipo de violencias machistas, un peligro ya de por sí alto en cualquier contexto migratorio, en los que las probabilidades de ser violadas, obligadas a casarse o a prostituirse se disparan.
El riesgo de apatridia
De continuar así, “podemos ver incluso la desaparición de estados insulares por el aumento del nivel del mar, y entonces habrá que pensar en qué hacer sus habitantes. Ahora mismo hay 100 millones de apátridas, pero el cambio climático podría aumentar esa cifra”, aventuran desde Acnur.
Por todo ello, CEAR urge a los mandatarios que estos días se reúnen en Madrid en la Cumbre del Clima (COP25) que cumplan los acuerdos de París.
“Estamos hablando de un fenómeno global que requiere de una solución global y que no puede depender de la voluntariedad de los responsables de este colapso. Son ellos los que tienen que frenarlo”, zanja Celis.