El antiimperialismo de algunos colorados es tan falso como un dólar rosado. Si no fuese tan costoso mantener a la jauría republicana, con cargos electivos y de los otros, serían hasta graciosos y podrían convertirse en un entretenimiento público. Ya que se quedan con el pan, que se aproveche mejor el circo que suelen montar. Así completan la nefasta ecuación.
Pero como son intrínsecamente complicados, para no decir directamente jodidos, es mejor tomarlos en serio y mirarlos de reojo: porque siempre se traen algo entre manos. Y no es precisamente la prosperidad moral de la patria. Las barrabasadas que dicen o les hacen decir a los gerifaltes colo’o no son inocentes. Por lo común tienen un trasfondo poco disimuladamente turbio.
Como por nuestra interesada incompetencia judicial y fiscal los Estados Unidos nos vienen a dar clase de moral con suspensiones ad aeternum de ingreso a su país, los correligionarios se transformaron en ayatolás de copetín para declarar una intifada contra los impuros yanquis que osan señalar a nuestros corruptos.
El idiota es por lo general osado. El tamaño de las barbaridades que profiere por vía oral va en directo desmedro de sus capacidades de raciocinio. La explicación es fácil: las sandeces que sueltan están en concordancia con la real dimensión de su necedad. Es decir, a más bocazas más estúpido. Verbigracia: el homúnculo deslenguado que funge de intendente de Asunción.
Lo de “significativamente corruptos” es una acusación tan amplia que casi todos los colorados, aunque sea por decantación, deben darse por aludidos. Por supuesto, no es que los representantes de los otros partidos no pueden ser corruptos; en algunos casos demostraron ser más hambrientos y mefistofélicos que el mejor de los colorados. Pero 70 años de reinado casi continuo de los colorados los vuelven parte contante y sonante del drama de la corrupción. Lo que pretenden desmentir esta verdad son ciegos o mentirosos, o ambas cosas a la vez.
Aunque pueda parecer intrincado, la supremacía colorada y cómo están estructuralmente ligados al Estado también les hace parte de la solución. Sin ellos, los principales problemas del país son imposibles de que tengan una salida sensata.
Son el partido mayoritario, por lejos. ¿Cómo responden a la responsabilidad histórica de evitar convertir al Paraguay en un Estado fallido? A juzgar por sus principales liderazgos políticos, lo hacen de la peor manera.
La ANR estuvo sometida a lo largo de su historia a una variedad de Pato Donald. Fue beneficiado y usado por Stroessner, los capos militares y el terrible cuatridemonio de oro. La plata dulce corrió también. Blas N. Riquelme se paseó por la Junta de Gobierno plata en bolsillo como un marinero recién llegado a un puerto lleno de beldades de saldo y esquina. No es precisamente doncellas portuarias lo que alquilaba.
En ninguna otra ocasión, sin embargo, estuvo tan obscenamente encamado con el dinero de dudosa procedencia. No es solo el que está repartiendo con grosera generosidad el cartismo, sino con los millones de la narcopolítica.
El cartismo no da muestra de que quiere mejorar la institucionalidad del país. Horacio Cartes tiene a la fiscala general del Estado como una obediente gerente de una de sus empresas, montó una estructura de comunicación (periodística y no periodística) cuasinazi y quiere poner de presidente de la República a alguien que ni a Pato Donald llega. No es que Mario Abdo sea mucho mejor, pero ante ellos parece un miembro de la Cámara de los Lores.
Los colorados están acostumbrados a jugar con fuego para mantener los privilegios que ganaron a costilla de la exclusión de miles de paraguayos y su compadrazgo con el stronismo. Pero ahora parecen no ser conscientes de la situación. El cartismo y sobre todo la narcopolítica son un zoquete que puede quedárseles atragantado.