Para muchos chicos, este paso del ambiente escolar de adecuaciones y muchas veces de pactos de mediocridad consentidos, a un nuevo mundo de exigencias y prerrequisitos exhaustivos es verdaderamente fuerte, chocante y frustrante.
Convengamos que llegan hasta aquí, ya titulados de ciudadanos adultos, a un campo de batalla competitivo, desprovistos de las armas que les hubieran servido, tales como las habilidades blandas, relacionadas con la inteligencia emocional y el pensamiento crítico. Estas habilidades incluyen la capacidad de escuchar, de pensar, de gestionar cambios, de ser resilientes (adaptarse a situaciones y enfrentar adversidades en forma positiva).
Muchos les han echado ganas a las fiestas de “últimos primeros días”, de colación, de viaje de fin de curso, y de repente… la vida real. Para otros hubo más acompañamiento de sus padres que les han advertido de la necesidad de preparación para enfrentar un sistema duro y peligrosamente esquizofrénico que les exigirá de pronto, lo que no les ayudó a desarrollar en años de escolarización obligatoria. Es como si de un camino que los jóvenes pueden transitar con pasos desenfadados, como describe, por ejemplo, la recordada canción Alegría, alegría de Caetano Veloso “Caminando contra el viento, sin bufanda y sin documento, en el sol casi de diciembre, yo voy…”, tuvieran que pasar abruptamente a otro nivel del trayecto para el que no encuentran puentes seguros.
No es un tema menos importante que el de los estacionamientos tarifados o la suba de precios de combustible, se trata de lo que les estamos ofreciendo como sociedad a los jóvenes de nuestra comunidad, quienes constituyen el 27% de la población paraguaya. Según las estadísticas, casi dos millones de compatriotas tienen entre 15 a 29 años y de ese total, el 21% solo estudia; 47,6% solo trabaja; 13,2% no estudia ni trabaja y 18,2% estudia y trabaja.
Deberíamos apoyarlos más en esta etapa difícil. Y, ojo, no nos referimos a reducir las expectativas o bajar la vara para mediocrizar aún más su educación. ¡No se trata de darles pescado, sino cañas de pescar eficiente! Tengamos en cuenta que “difícil” tiene dos acepciones, una es que presenta obstáculos y la otra acepción es que es “poco probable”. Debemos preparar a los chicos a enfrentar desafíos porque la vida es difícil en el sentido de que tiene situaciones que debemos superar o ante las que aprendemos a adaptarnos. Pero, nunca, nunca deberíamos dejar que caigan en una concepción pesimista de “demasiado difícil es”, como sinónimo de total imposibilidad para cumplir sus sueños.
Después de todo, no se trata de eliminar la prueba, sino de revisarla para que tenga un sentido e implique un aprendizaje que nos ayude a vivir con libertad y responsabilidad. Entonces, ni podemos evadirla, ni debemos confundir su dificultad con el dominio de estructuras vacías de significado, de simple copia, repetición, memorización. Todo esto es válido si conlleva un descubrimiento creativo e inteligente de la realidad. Los chicos deben poder descubrirse como personas dignas, con diferentes capacidades y dones, acogidos por una comunidad despierta, que alienta el esfuerzo y premia el mérito, que apunta a desarrollar la inteligencia y la razón y no a domesticarlas, que educa la voluntad y no la alienación, que tiene memoria y se apoya en ella, pero con apertura al futuro, y que también tiene moral, sin la cual nos afeamos y nos volvemos incapaces de superar la corrupción y el vai vai. Por favor, como comunidad educativa, alentemos a los jóvenes de cualquier condición social a enfrentar con optimismo su búsqueda de la felicidad.