Ignacio Abella, naturalista, escritor y estudioso de las culturas y tradiciones relacionadas con las plantas y los árboles, autor de libros como El hombre y la madera, La memoria del bosque, El gran árbol de la humanidad o El bosque sagrado, explica a EFE cómo la paulatina extinción de los árboles ha provocado el distanciamiento del hombre con la naturaleza.
“La relación que mantenía la humanidad con el árbol se ha ido deteriorando conforme se han ido perdiendo las raíces que nos unían a él y a la naturaleza en general”, indica Abella.
Para el naturalista, los pueblos originales o pueblos indígenas mantuvieron una relación muy estrecha con el árbol porque tenían muy claro que “él cubría todas sus necesidades, les daba de comer, les calentaban, les cubrían y sabían muy bien que, sin los árboles, no había lluvia”.
“Hay relatos muy bonitos a este respecto en los que se habla de que mucho antes de que lo descubriera la ciencia, antiguamente ya lo sabían, y la relación que se establecía era como la de los hijos hacia sus madres, de lo que se extrae una conclusión principal y es que la humanidad es como un gran árbol que ha perdido sus raíces y, por tanto, no tiene futuro mientras no recobre esas raíces”.
LA CONCIENCIA MEDIOAMBIENTAL DE LAS ANTIGUAS TRADICIONES
La deforestación, entre otras causas, ha causado un desequilibrio planetario que nos conduce a un futuro cada vez más incierto, según el escritor, para quien, “es curioso que las antiguas tradiciones tuvieran una conciencia medioambiental mucho más clara”.
Ignacio Abella narra que Chan’Kin Viejo (1900-1996), el último to’ohil (líder espiritual) de los lacandones, denunció la tala de árboles de su territorio por parte de los “extranjeros” que saqueaban la tierra de sus ancestros, e inculcó siempre entre su gente la relación respetuosa con el mundo natural y el respeto por las influencias del mundo exterior, cuidando de mantener las propias tradiciones, formas de vida e identidad.
Los lacandones son un grupo indígena, procedente de la civilización maya, que vive actualmente en la selva Lacandona, en la provincia de Chiapas (México).
Ante los problemas que se derivan del cambio climático, la existencia y supervivencia de los árboles resulta imprescindible, por el oxígeno que producen, por la contaminación que reducen a todos los niveles y por tantísimas otras cosas que favorecen a la naturaleza y la vida.
“Pero si solo lo entendemos bajo un punto de vista intelectual o científico, aunque también sea necesario, no seremos capaces de entender realmente al árbol, no lo consideraremos realmente como algo nuestro de lo que formamos parte y con el que, yo diría, que hace falta tener una relación espiritual”, subraya el investigador.
Y cita un proverbio: “Los árboles son las columnas del cielo, si los derribamos el cielo caerá sobre nosotros”.
Para los antiguos —continúa Abella—, la relación con el árbol era “casi una vivencia religiosa, mítica. En la actualidad, que ya no creemos en dioses ni en todos los sistemas antiguos de creencias, esta relación sigue siendo posible a través de una relación afectiva o una relación emocional”.
“ESENCIALES PARA LAS GENERACIONES VENIDERAS”
Esa empatía de nuevo con el árbol, dice el escritor, “nos incitará a defenderlo y protegerlo, a plantarlo y a tener ese mismo sentimiento del que formamos parte de un mundo en el que los árboles son esenciales para las generaciones venideras”.
“Para nuestros mayores, los ancestros en todas las tradiciones de todos los continentes, cuando éramos indígenas, existían esas raíces en el entorno en el que vivíamos; el árbol era siempre el centro del mundo, lo mismo podemos verlo en la cosmogonía maya o en el universo mítico de los vikingos, donde el gran árbol del mundo mantiene y sostiene todo el universo”.
Árboles como la ceiba, ha sido árbol sagrado de los mayas y árbol nacional de Guatemala; el ahuehuete en México, o el guanacaste, árbol nacional de Costa Rica, pero que recorre las zonas tropicales y cálidas de América Central hasta el norte de Sudamérica.
Grandes y frondosos árboles, alrededor de los cuales se reunían los pueblos para tomar decisiones en asambleas, para montar mercados, realizar transacciones o, simplemente, para charlar.
“Creo que sería importante que los padres y los niños de esta nueva era presten atención, que vivan y empaticen con los árboles, y que establezcan esos vínculos, sobre todo, afectivos, emocionales con el mundo que les rodea, con el mundo vivo desde las aulas, y que los patios de los colegios, en las ciudades, todos esos espacios estén poblados por vida”, subraya el naturalista.
UNA GESTIÓN SOSTENIBLE DEL ARBOLADO
Una gestión sostenible del arbolado y el bosque puede paliar en gran medida estas situaciones a una escala local y global. Pero no basta plantar muchos árboles, es preciso utilizar las especies adecuadas a cada lugar y paisaje.
Abella sostiene que hay que “evitar las plantaciones masivas de monocultivos que pueden resultar muy rentables para las multinacionales que los implantan, pero resultan catastróficos para los paisajes y las comunidades locales, acabando con la diversidad y consumiendo los recursos hídricos de los territorios, agravando en suma los problemas ecológicos”.
Es, por otro lado, en las ciudades donde resulta más difícil, pero más necesario, cultivar esos grandes ejemplares que generan un clima saludable y benéfico, también a nivel anímico. “Los estudios demuestran que la presencia de arbolado urbano tiene unos efectos físicos y psíquicos que inciden incluso sobre el nivel de estrés o conflictividad social”, concluye Ignacio Abella.