Claudia no tiene esperanza que la espera del transporte público sea leve, pero se apoya en el pensamiento positivo que la Línea 12 pase por Presidente Franco dentro de 30 minutos o alguna otra empresa que por lo menos la acerque a cuadras de su casa.
Ella trata de no analizar la necesidad de pagar un transporte como Bolt o Uber porque el gasto en el bolsillo en esta quincena es insostenible para darse ese lujo, piensa, y quedan aún 15 días para el siguiente cobro.
Al llegar a la parada ve a una joven sentada y se siente un poco aliviada porque no va a estar sola en la zona céntrica de Asunción. Solo desfilan autos particulares y motocicletas.
Pasan casi 20 minutos y de repente de lejos escucha el sonido de un motor, lo ve de lejos, es la línea 12, pero tiene las luces apagadas. Es raro, piensa.
Claudia igual extiende el brazo para pedir al chofer que pare. En el colectivo se ven como 8 a 9 pasajeros.
El chofer abre la puerta y pregunta:
–¿Hasta dónde te vas?
Claudia responde:
–¿Por qué?
El chofer le explica que el automóvil tiene problemas y que si ella se anima que suba y que la iba a acercar hasta la próxima parada.
Claudia se anima a subir junto a los otros 9 pasajeros.
El transporte de la línea 12 va con la luz apagada, con el motor emitiendo un ruido intenso y en cada parada se sacude como si fuera a dar un último suspiro.
En cada esquina el motor se apaga, el chofer se queja y vuelve a arrancar el móvil. Así, es el viaje. Un encendido de motores y sacudidas en cada esquina. Claudia suspira al llegar a su parada, siente un alivio. El chofer le dice que por lo menos la pudo acercar a su parada, que es feriado y que no hay transporte. Claudia, solo atina a decir un tímido: Gracias.
La historia parece un chiste, pero no, es anécdota de una trabajadora que depende del transporte público y que se anima a dar testimonio de lo que representa un viaje en bus en un día feriado o en cualquier otro día de la semana. Es una odisea.
En un transporte público, que de público nada tiene, tiene mucho de privado y mucho de pésimo servicio marcado por las largas esperas, el viaje como sardina y que finalmente tiene un impacto no solo en la calidad de vida, sino también en la salud mental.
En medio de negociaciones, denuncias de familias que supuestamente se enriquecen con los subsidios del Estado, amenazas de alza del precio del pasaje, lo único que podemos resumir es que representa una historia que se repite cada día, cada mes, cada año, pero lo que finalmente no hay es una solución a la necesidad de un transporte público digno, accesible y barato.
¿Qué podemos hacer cómo usuarios para exigir al Estado un transporte eficiente? ¿Qué nos queda? Manifestaciones, quejas en redes. ¿Qué hace falta para que realmente el Estado atiende una necesidad postergada de hace años?