Entonces, entendía más por vocación como un llamado divino para servir en nombre de Dios, aunque muchas veces notaba que, en algunos servidores del Señor, no había una alegría consecuente con los principios promulgados dentro de la propia comunidad religiosa. Claro, en todos los ámbitos de la sociedad existen personas sin vocación.
Cuando se define la palabra vocación, encontramos que se trata de un interés o la inclinación de una persona para dedicarse a una forma de vida o un trabajo.
La definición va de la mano con la idea de ser feliz con lo que uno hace, o al menos sentir satisfacción hacia uno mismo.
Personalmente creo que en Paraguay tenemos muy pocos servidores públicos con vocación, algo que contribuye a la burocracia, negligencia, a la ineficiencia e inoperancia de la institución. Así como también todo esto termina siendo un elemento que favorece a la corrupción.
A diario, los ciudadanos tenemos que lidiar con el malhumor de quienes dan turno en los hospitales, con el maltrato de los guardias y con la mala atención en las oficinas públicas, en general. Si bien esto podría tener relación con las malas condiciones laborales, también tienen vinculación con la falta del don para ser un servidor público.
Unos 12 años atrás, cuando regresaba de Ciudad del Este con uno de mis hermanos, recuerdo que a la altura de Caaguazú, un joven estaba haciendo dedo. Hablamos sobre él y decidimos traerlo hacia Asunción.
En medio de las conversaciones, este nos contó que él trabajaba para la Comuna de Alicante, España. Dijo que para ellos era todo un privilegio ser funcionarios públicos y que, además de contar con varios beneficios, ellos tenían el respeto de la sociedad. “Nosotros tenemos el mismo prestigio que un docente universitario”, había expresado.
Lo que el joven viajero nos había contado me quedó grabado en la memoria. Desde entonces, cambió mi perspectiva sobre el rol del funcionario público. Un empleado del Estado, además de tener vocación, debería ser consciente de que está al servicio de los ciudadanos, que es un privilegio ser parte de las instituciones públicas.
Cuando uno se fija en las noticias y se está hablando de la corrupción interna de la Policía, queda bien claro que esos funcionarios no tienen vocación de servicio. Es muy probable, que como muchos, solo vean a la institución como una posibilidad de contar con un sueldo seguro.
Algo similar sucede en las instituciones educativas. Muchas veces, nos preguntamos cómo es que algunas personas sin vocación y con precaria formación se convierten en docentes o autoridades educativas.
El presidente del Congreso, el colorado cartista Silvio Ovelar, es uno de los que más utilizan el término de “servidor público” a la hora de hablar. Pero creo que lo suyo va más por el lado de servirse del Estado. Él con ingresos millonarios, al igual que su esposa, quien una vez más se encuentra en una posición privilegiada en Itaipú.
La recuperación de la institucionalidad y el mejoramiento de los servicios públicos no dependerán de la optimización de recursos y el combate a la corrupción.
No será posible reducir las horas de espera en hospitales, recuperar la confianza ciudadana hacia la Policía y combatir la burocracia, sin que exista una renovación del plantel de funcionarios públicos. Mejorar la calidad del funcionariado e intentar dotar de prestigio a los servidores públicos será clave para mejorar la imagen del país internamente.
De nada sirve invertir millones de dólares en la marca país, cuando los propios connacionales vemos al Paraguay como un país burócrata y corrupto, que tiene en sus instituciones a funcionarios sin vocación de servicio.