26 abr. 2025

Sinceridad y veracidad

Hoy meditamos el Evangelio según San Lucas 18: 9-14. Nos presenta San Lucas en el Evangelio de la Misa de hoy, a dos hombres que subieron al Templo a orar: uno fariseo y publicano el otro.

El fariseo está de pie. Ora, da gracias por lo que hace. Pero hay mucha autocomplacencia, está “satisfecho”. Se compara con los demás y se considera superior. La soberbia es el mayor obstáculo que el hombre pone a la gracia divina.

El publicano “se quedó lejos, y por eso Dios se acercó más fácilmente... Que esté lejos o que no lo esté, depende de ti. Ama y se acercará; ama y morará en ti”. Podemos aprender de este publicano cómo ha de ser nuestra oración: humilde, atenta, confiada. Procurando que no sea un monólogo en el que nos damos vueltas a nosotros mismos, a las virtudes que creemos poseer.

El Papa, a propósito de la lectura, dijo: “El semana pasado hemos escuchado la parábola del juez y la viuda, sobre la necesidad de orar con perseverancia. Hoy, con otra parábola, Jesús quiere enseñarnos cuál es la actitud justa para orar e invocar la misericordia del Padre: cómo se debe orar. Es la parábola del fariseo y del publicano”.

“En conclusión, más que orar, el fariseo se complace de la propia observancia de los preceptos. Y además, su actitud y sus palabras están lejos del modo de actuar y de hablar de Dios, quien ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Este desprecia a pecadores, también cuando señala al otro que está ahí. Aquel fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: amar a Dios y al prójimo”.

“No basta preguntarnos cuánto oramos, sino cómo oramos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar pensamientos, sentimientos, y extirpar la arrogancia y la hipocresía. Pero yo pregunto: ¿se puede orar con arrogancia? No. ¿Se puede orar con hipocresía? No. Solo, debemos orar ante Dios como nosotros somos. Pero este oraba con arrogancia e hipocresía. Estamos metidos en la agitación del ritmo cotidiano, muchas veces a merced de sensaciones, desorientadas, confusas. Es necesario aprender a encontrar el camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y el silencio, es ahí que Dios nos habla. Solo a partir de ahí podemos encontrar a los demás y hablar con ellos”.

“El publicano en cambio se presenta en el templo con ánimo humilde y arrepentido: ‘Manteniéndose a distancia, no se animaba siquiera a levantar los ojos al cielo, sino se golpeaba el pecho’. Su oración es breve, no es tan larga como aquella del fariseo: ‘Dios mío, ten piedad de mí, que soy un pecador’. La parábola enseña que se es justo o pecador no por la pertenencia social, sino por el modo de relacionarse con Dios y los hermanos”.

“Los gestos de penitencia y las pocas y simples palabras del publicano testimonian su conciencia acerca de su mísera condición. Su oración es esencial. Actúa como un humilde, seguro solo de ser un pecador necesitado de piedad. Si el fariseo no pedía nada porque tenía ya todo, el publicano puede solo mendigar la misericordia de Dios. Y esto es bello, ¿eh? Presentándose ‘con las manos vacías’, con el corazón desnudo y reconociéndose pecador, el publicano muestra la condición necesaria para recibir el perdón. Al final justamente él, despreciado así, se convierte en icono del verdadero creyente”.

“Jesús concluye la parábola con una sentencia: ‘... todo el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado’“.

(De http://homiletica.org y http://mvcweb.org)