Hace no muchos años, era común ver que un paraguayo celebraba el triunfo de un vecino, un amigo o un compañero de trabajo, como si fuera suyo.
De hecho, el último título de la Copa Libertadores de América obtenido por el Club Olimpia reunió frente al Panteón de los Héroes y en las calles de todo el país a hinchas azulgranas, aborígenes, nacionalófilos y de otros clubes, quienes celebraron con los franjeados la conquista.
Pero en algún momento todo cambió, y el síndrome de Procusto se apoderó del Paraguay. Básicamente, quienes padecen este síndrome, detestan a los que se destacan y buscan sus defectos, para igualarlos hacia abajo, hacia la mediocridad.
Según la mitología griega, Procusto era uno de los hijos de Poseidón y estaba a cargo de una posada de Ática, en lo alto de las colinas, y ofrecía alojamiento a los viajeros solitarios. Una vez que entraban a la posada, eran invitados a acostarse en una cama de hierro, que era cambiada según las medidas del visitante.
Después de atarles y amordazarles, Procusto les cortaba las partes del cuerpo sobresalientes de la estructura o los estiraba si eran pequeños para que cubrieran la cama. La historia acabó cuando Teseo mató a Procusto.
No importa el ámbito en que se destaque alguien, siempre habrá algún procusto, que busca que los demás se adapten a sus ideas.
Pasa con los futbolistas que se destacan en el exterior, con profesionales de la medicina, la ciencia, la arquitectura, la ingeniería, el modelaje o cualquiera sea la profesión en la que se destaque un paraguayo.
No importa su condición social, género, religión, son atacados por igual si se destacan. Recuerdan su pasado, el de su familia, sus amigos, algo que sea considerado medianamente ruin, para desprestigiar los logros ajenos.
Quizá este sea uno de los fenómenos que expliquen por qué a los paraguayos nos cuesta tanto destacarnos.
Creemos que humildad implica hablar en tercera persona del trabajo que hacemos con mucho esfuerzo. “Hicimos un descubrimiento...”, “Escribimos un libro”, “Metimos un gol”, son frases utilizadas como sinónimos de singularidad, cuando fue una sola persona la que obtuvo el logro.
Confundimos el agradecimiento hacia quienes apoyan o apoyaron para llegar a un objetivo, con sumisión perpetua.
Bajo esta premisa, se permite llegar solo hasta un punto, pero no se deja sobresalir.
Hay un sinfín de paraguayos destacados por el mundo, cada uno en su ámbito, pero en esta isla de cangrejos, donde estiramos hacia atrás a quien intenta descollar.
Parte de este problema se debe a la pésima educación que recibimos y al paupérrimo sistema de salud. Aunque muchos terminen inclusive la universidad, son analfabetos funcionales.
Por ello, en algún momento, necesitamos comenzar a construir un futuro donde la competencia sea por superar hacia arriba y hacia adelante. Donde si alguien obtiene nota cinco, el otro busque un cinco felicitado, donde si alguien es contratado en una empresa de telefonía local, el otro busque una multinacional.
Necesitamos competir por ser mejores, porque los pocos que hoy se destacan demostraron que sí se puede.
Y la educación es primordial para ello. Desde la escuela se debe incentivar a los niños en diferentes capacidades. Quizá así dejemos de ser Procusto.