Jorge Daniel Codas Thompson
Analista de política internacional
En 2011, en el contexto de la Primavera Árabe, que causó la caída de dictadores en países como Túnez, Egipto, Yemen y Libia, las calles de las ciudades de Siria se llenaron con personas protestando y exigiendo la renuncia del dictador, Bashar al-Assad. A diferencia de otros países, el régimen sirio respondió con gran violencia las protestas, lo cual llevaría a un conflicto armado entre la dictadura siria y varios grupos. Durante trece años, la guerra civil se mantuvo abierta en múltiples frentes, dejando al país dividido y desvastado. En casi todo ese período, los combates se dieron casi sin cesar. Sin embargo, hace pocas semanas, el régimen de Bashar al-Assad se derrumbó prácticamente sin resistencia.
Posiblemente aprovechando el hecho de que los principales aliados de Assad, Rusia e Irán, estaban distraídos con conflictos en otras partes de la región o el mundo, a partir del 27 de noviembre, las fuerzas rebeldes sirias lideradas por Hayat Tahrir al-Sham (conocido por la sigla HTS, una antigua filial de Al Qaeda y del Estado Islámico) tomaron el país por asalto. La caída del régimen fue dramática. De controlar aproximadamente el 60% de su territorio hasta mediados de noviembre, el régimen de Al-Assad presentó casi nula resistencia, terminando con la huida del tirano a Rusia.
Si bien HTS asume el liderazgo de facto de Siria y procura mantener la paz entre todas las facciones que lo componen, el territorio sirio sigue siendo objeto de intervención por países vecinos o con intereses estratégicos en la región, y continúa siendo escenario de luchas internas entre grupos con intereses opuestos. Algunos actores parecen estar tratando de explotar este potencial vacío de poder, ansiosos por usar el terreno post-Assad para expandir el control o eliminar enemigos. En todo caso, los eventos que llevaron al final de la dictadura en Siria exhiben ya tanto ganadores como perdedores.
A más del propio dictador, existen dos claros perdedores con la caída de la dictadura siria. El primero es Rusia, cuya credibilidad como aliado para sostener regímenes, incluso contra la voluntad de sus pueblos, queda significativamente afectada. Asimismo, las eventuales pérdidas de la base naval en Tartús y la base aérea en Jmeimim privan a Moscú de su capacidad de proyección de poder en la región. En el caso de la base naval, Rusia pierde su único activo para eventualmente proyectar su poder militar al flanco sur de la Organización para el Atlántico Norte (OTAN), así como para influir de manera decisiva en países aliados en África. Moscú ha informado que se encuentran en negociaciones con el nuevo gobierno sirio para conservar las bases, propuesta que no será fácilmente aceptada, ya que las mismas, sobre todo la base aérea, fueron utilizadas para bombardear no solo a grupos insurgentes, sino a civiles sirios.
El segundo actor claramente perdedor con la caída de la dictadura siria es Irán. Teherán utilizaba el territorio sirio como paso para armar y financiar a grupos terroristas aliados, sobre todo a Hezbolá y Hamás. Irónicamente, al perder a su único aliado regional, además de haber sufrido significativas pérdidas de su capacidad antiaérea luego de los ataques de Israel como respuesta a la agresión iraní con misiles a territorio israelí, la caída de Al-Assad podría provocar que Irán intente intensificar el proceso de obtención de un arma nuclear.
En lo que atañe a Estados Unidos, la caída del régimen de al-Assad en principio constituye una noticia positiva. Washington ha mantenido cerca de 1000 efectivos militares en el noreste de Siria, operando en alianza con las Fuerzas Democráticas Sirias, tropas insurgentes constituidas principalmente por efectivos kurdos, con el objetivo de luchar contra el remanente del grupo terrorista Estado Islámico en Irak y Siria (conocido por las siglas ISIS). Las bases militares de Estados Unidos dentro de Siria han estado bajo constante ataque de grupos radicales financiados y entrenados por Irán, que han provocado la respuesta bélica de las fuerzas estadounidenses, sobre todo mediante ataques aéreos. De hecho, el Comando Central de las fuerzas armadas estadounidenses (conocido por las siglas CENTCOM) ya ha comunicado que seguiría operando dentro de Siria, sobre todo en la zona central de dicho país y otras regiones dominadas hasta hace unas semanas por el ejército de Bashar al-Assad con apoyo ruso, para seguir degradando las capacidades de ISIS, teniendo como objetivo primordial el evitar que dicho grupo terrorista pueda aprovechar un eventual vacío de poder en Siria para recuperarse y constituir nuevamente una amenaza significativa para los Estados Unidos y sus aliados regionales.
Sin embargo, Washington se enfrenta a un escenario complejo en Siria, ya que el grupo insurgente Ejército Sirio de Defensa, liderado por efectivos kurdos, se está enfrentando con otros grupos rebeldes, respaldados por Turquía, país que es a su vez aliado de Estados Unidos y miembro de la OTAN. Diplomáticos estadounidenses y turcos ya están abordando esta situación, con el objetivo de evitar que luchas intestinas entre grupos insurgentes permitan la eventual recuperación de ISIS, grupo que llegó a controlar grandes extensiones de territorio en Irak y Siria.
Al margen de la dinámica de poder entre los grupos armados sirios, Washington tiene un alto interés en influir sobre los nuevos gobernantes de Siria para debilitar la presencia de Irán y Rusia en la región. Para ello, Estados Unidos cuenta con potenciales herramientas para influir sobre los líderes de HTS, en particular sobre su máximo exponente, Abu Mohammad al Golani, quien se encuentra en la lista de individuos más buscados por el Buró Federal de Investigación (FBI), y en la lista de terroristas sancionados por el Departamento de Estado desde 2013, asi como en la lista de terroristas designados por el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas desde el mismo año. Asimismo, Estados Unidos, cuyo Departamento de Estado ya ha confirmado contactos con HTS, cuenta con la posibilidad de prometer fondos para la reconstrucción de Siria, a cambio de mantener una política doméstica y exterior moderada, prohibiendo la presencia militar de Irán y Rusia en el país.
Otro estado de la región, Israel, es en principio uno de los ganadores por la caída del régimen de Al-Assad, ya que Siria se había convertido en territorio de paso para el financiamiento y la provisión de armas a sus grupos aliados, sobre todo Hezbolá y Hamás. Sin embargo, el Estado israelí corre el riesgo de tener en sus fronteras un gobierno islamista radical que provoque una significativa desestabilización en materia de seguridad para Israel. El mismo día en que los rebeldes conquistaron la capital siria, Damasco, Israel comenzó a atacar activos militares sirios, destruyendo la mayor parte de la marina de guerra siria y eliminando, según afirman las Fuerzas de Defensa de Israel, gran parte de los misiles antiaéreos de Siria. Los funcionarios israelíes argumentaron que los ataques a los activos militares sirios tienen como objetivo evitar que caigan en manos de radicales islámicos. Asimismo, Israel avanzó sus tropas en territorio sirio, llegando hasta el Monte Hermón, el pico más alto del territorio de Siria, de gran importancia estratégica para el control del territorio que abarca a Israel, Líbano y Siria. Esta zona constituye parte del territorio desmilitarizado conocido como Zona de Amortiguación, que ha separado a las tropas de Siria e Israel desde el fin de la Guerra de Yom Kippur. Estas acciones han motivado las protestas de Abu Mohammad al Golani, complicando potencialmente una relación más constructiva entre ambos países.
Es en este contexto estratégico que el nuevo gobierno de HTS debe buscar legitimidad. La búsqueda de legitimidad internacional y doméstica puede interpretarse por medio del modelo teórico de Robert Putnam (1988), quien define a la diplomacia como un juego de dos niveles. Los líderes de un país deben armonizar su conducción de la diplomacia con su liderazgo político interno para lograr éxitos en sus objetivos de política exterior. En el caso de Siria, el nuevo gobierno tiene que armonizar sus gestiones ante países occidentales, liderados por Estados Unidos, así como con países árabes prósperos, que podrían aportar la mayor parte o todo el monto de 200 mil millones de dólares requeridos para la reconstrucción de Siria, con las necesidades y exigencias de los grupos que conforman la coalición opositora que derrocó a la dictadura. En particular, la nueva cúpula gobernante deberá convencer a sus potenciales nuevos aliados y donantes de que su renuncia a los métodos terroristas es genuina, y de que no instaurarán un régimen islámico extremista que recuerde más a ISIS o al gobierno talibán en Afganistán que a un gobierno moderado. Al mismo tiempo, el nuevo gobierno deberá lograr un gobierno inclusivo que incorpore a facciones muy distintas, e incluso antagónicas entre sí, y conseguir su apoyo para las negociaciones internacionales con miras a la reinserción internacional de Siria.
La caída de la tiranía de Bashar al-Assad ha constituido un sólido primer paso para la regeneración de la sociedad siria y la normalización de su situación socioeconómica. Sin embargo, existen aún obstáculos formidables por superar. Dependerá en buena medida de Abu Mohammad al Golani (quien hoy ya usa su verdadero nombre, Ahmed Hussein al-Sharaa, como forma de indicar un alejamiento del radicalismo) y su gobierno la obtención de los apoyos interno y externo para redimir a Siria y aportar una cuota, aunque sea parcial, de paz y estabilidad al Medio Oriente.