Respaldada por miles de millones de dólares en inversiones lideradas por el Estado y una asociación cultural francesa, las autoridades esperan que al-Ula y sus majestuosas tumbas talladas en la roca de Madain Saleh puedan eventualmente atraer a millones de visitantes, locales y extranjeros.
Eso está generando entusiasmo en el reino, mientras destierran una superstición entre muchos saudíes –y respaldada por edictos religiosos– de que la zona está poseída por un genio (jinn en árabe), los espíritus malignos de la mitología árabe y del Corán, y debe ser evitada.
El desarrollo de al-Ula es parte de un impulso por preservar patrimonio preislámico para atraer a turistas no musulmanes, fortalecer la identidad nacional y contener la austera presión del Islam suní que ha dominado Arabia Saudita durante décadas.
Madain Saleh, un sitio en ese lugar que es patrimonio de la humanidad de la Unesco, es una ciudad de 2.000 años de antigüedad tallada en las rocas del desierto por los nabateos, el pueblo árabe preislámico que también construyó Petra en la vecina Jordania.
Elaboradas fachadas talladas de varios pisos con epígrafes inscritos en la arenisca roja conducen a cámaras internas donde se ponían los cuerpos al morir. A la noche, las estrellas titilan en el vasto cielo del desierto.
La superstición sobre el sitio puede remontarse a un hadiz o narración atribuida al profeta Mahoma, en la que advierte a los musulmanes que no ingresen “a menos que estén llorando (...) para que no sufran la desgracia” de su pueblo, del cual se dice que desapareció por sus pecados.
Aunque la interpretación de ese pasaje es discutido en la actualidad, los clérigos saudíes respaldados por el Estado se han referido a ella durante años.