Esta situación nos pone de cara a nuestra genuina grandeza vivida en la pequeñez de nuestra fragilidad
Uno es inconsistente, incoherente, débil, huye de la persecución injusta que sufre toda su comunidad, aun ocupando un puesto que amerita pasar al frente en la batalla y mostrar más lealtad en el peligro inminente… El otro es impecable, piensa y actúa en la misma línea, su ideología lo mueve y sus acciones concuerdan con su ideología, no pierde el tiempo ni las oportunidades, es implacable.
Misteriosamente, para el primero se abren muchas puertas hacia eso que podemos etiquetar libremente como “camino de misericordia”, porque está sembrado de gestos de ese tipo que solemos llamar “humanos”. El segundo no experimenta ese camino, le está vedado porque él ya está lleno de sí, de sus ideas, de sus juicios y de su voluntad inapelable. No hay lugar para la posibilidad de alternativas a su propia voluntad en desarrollo. Lástima, se lo pierde.
Pero, atención, el hecho de que el segundo hombre no lo experimente no significa que ese camino no exista. Aunque él esté empeñado en desmeritarlo y comprobar su ineficacia, la experiencia, la simple observación de todos los factores de la realidad, ayuda a verificar la gratuidad de mucho de lo que tenemos inmerecidamente.
Es la tensión que experimentamos a menudo los seres humanos en el antiguo drama de nuestra existencia y son descritos con juegos sutiles por el británico Graham Greene, en su famosa novela El poder y la gloria.
Por cierto, ese primer hombre es un sacerdote y el segundo un teniente del ejército, lo cual da más elementos de análisis para sus bien trabajados personajes.
De alguna manera me parece que viene a cuento recordar esa obra en este tiempo de protocolos acartonados y desgracias encarnadas, de grandilocuencias discursivas y de escuetos y contundentes pequeños actos humanizantes.
En esta dramática situación que vivimos, la vida y la muerte muestran sus tantos, sus trucos, sus habilidades para resistir análisis superficiales.
Hay que superar la apariencia y saltarse los clichés y llegar a pensar por cuenta propia, para mirar y ver.
Así, en medio del dolor, también observamos con estupor la bondad y la belleza; con la impotencia sobre lo que nos supera, vemos también la potencia de nuestra libertad en juego; y con la cobardía expuesta de mil formas, marcha también el heroísmo de muchos anónimos.
En el mismo recinto donde uno comete un acto de corrupción que afecta a una familia o a toda la sociedad, y donde otro da muestras de crueldad al negar auxilio a un moribundo, allí mismo también un enfermero llora por no poder dar más a sus pacientes, y una mujer canta y ora, y el otro dona a un extraño los medicamentos que ya no usa, y el otro coordina una actividad solidaria con sus vecinos…
Entre tantas respuestas encapsuladas que teníamos que aprendernos de memoria, en un mundo que, al mismo tiempo, desprecia esa memoria, surgen de nuevo las preguntas. Esas expresiones de la inteligencia al servicio del conocimiento, de la búsqueda, de la creatividad y del aprendizaje real. Las preguntas que implican personas que las formulan. No borregos, ni esclavos del sistema.
Una amiga que acompañó a su hermana –con todas las condiciones que agravan la situación– en su lucha contra el Covid, me hizo notar esta gran verdad: estamos rodeados de sufrimientos y acechados por perversos, pero también, más que nunca, estamos saliendo de la gran alienación y experimentando la cercanía en muchos gestos cotidianos, pero excepcionales, en medio de las sombras, pero tremendamente luminosos y virtuosos. Que ninguno se sienta tan abajo que no pueda ser rescatado, que ninguno se sienta tan arriba que no pueda caer y necesitar ayuda.
Esta situación nos pone de cara a nuestra genuina grandeza vivida en la pequeñez de nuestra fragilidad, surge nuestra dignidad, porque solo el hombre, en su libertad, puede ser héroe o villano. Nos toca redescubrir juntos este camino.