Pasaron 30 años de aquel 2 y 3 de febrero, cuando el régimen del general Alfredo Stroessner llegaba a su fin por medio de un golpe de Estado, pero en el recuerdo de Carlos Alberto Almeida, quien tenía entonces 17 años, esa noche y madrugada no se borraron.
El soldado, que tenía el rango de cabo segundo, había entrado de guardia a las 18.00, el primer turno, como jefe de relevo, en el Hospital Militar, de Asunción. Comentó en diálogo con Monumental 1080 AM que, alrededor de las 22.30, comenzaron a escuchar los tiroteos. Las balas caían sobre el tejado en el Hospital Militar, en el cuartel donde cumplía servicio.
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Su puesto se ubicaba en el fondo del predio y su función era designar a los demás soldados en sus posiciones, que eran cuatro, el área del frente, de cirugía, de transporte y de la morgue. La primera orden que recibieron de sus superiores fue que se separaran para defenderse porque iban a ser atacados.
“El Hospital Militar antiguo tenía un muro de piedra rebajado, y ahí nos acostamos, detrás de eso. Usamos esa pared como cubierto y abrigo para defendernos y protegernos”, detalló.
Almeida recordó que apenas tenían un fusil 7.62, de cinco tiros, que debían acerrojar para cada disparo. “No íbamos a hacer frente a nadie con esa arma”, señaló.
Un giro inesperado
Sin embargo, llegó más tarde la siguiente orden, la de encargarse de recibir los cuerpos de los muertos y heridos porque el Hospital Militar no sería atacado y, para asegurarse, se preparó una cruz blanca grande en el centro del hospital. “Yo me fui y dejé mi fusil, me saqué mi uniforme verde olivo, me quedé solamente con la remera blanca, con mi pantalón verde olivo y mi bota, y empezamos a recibir a los heridos”, narró.
En un camión acercaban a las personas que debían ser asistidas y a las que perdieron la vida. El primer herido, según indicó Almeida, fue un marino que acusó un disparo. Luego llegaron policías, soldados y hasta un civil de nacionalidad francesa que había recibido un proyectil que casi le vuela la cabeza por completo.
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El ataque contra el Gobierno fue una sorpresa. Ni Almeida ni los demás soldados sospechaban siquiera que se ejecutaría un golpe de Estado. Su comandante de cuartel, el teniente primero de reserva Domingo Bareiro Spaini, actuaba de forma desesperada, yendo de un lado a otro, según el relato del ex combatiente. “Incluso, se dijo que al general Stroessner se le avisó y no creyó hasta que le pasó”, mencionó.
De lo que pudo recordar, recibieron unos 12 a 13 soldados muertos en el Hospital Militar, cuyos cuerpos fueron colocados en el corredor de la capilla. Dos de ellos estaban irreconocibles, rememoró. El trabajo duró toda la madrugada.
“Algunos camaradas tuvieron que salir con ambulancias del Hospital Militar a recoger a heridos y muertos del campo de batalla”, contó.
Pero lo más fuerte que le tocó vivir fue el momento de recibir a los familiares que debían reconocer a los muertos.
“Yo tenía que estar destapando y tapando los ataúdes para que los familiares reconocieran los cuerpos. Hasta ahora recuerdo a esos soldados que lloraban de dolor, a las madres desconsoladas por las pérdidas”, lamentó.
Carlos Alberto Almeida es oriundo del distrito de María Auxiliadora, Departamento de Itapúa, donde residía su madre, quien recién al día siguiente se había enterado del suceso. Cada sonido de motor se convertía en una enorme incertidumbre para ella, ya que nadie sabía cómo estaban los soldados.
Su hermano, quien tenía el rango de sargento y estaba en Misiones de permiso, fue quien lo llamó desde una línea baja para saber cómo se encontraba y, a partir de ahí, se pudo dar aviso a los parientes. Los soldados no tuvieron permiso de salir hasta luego de una o dos semanas del hecho, indicó Almeida.
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“Después de lo que pasó, me pongo a pensar y digo que, por un lado, valió la pena porque pudimos conseguir la libertad”, expresó.
Almeida guarda domicilio actualmente en la ciudad de Emboscada. “Soy enfermero, soy policía y soy nutricionista”, manifestó.
Finalmente, comentó que conformaron más tarde una asociación de ex combatientes que busca el reconocimiento del Estado, como gratitud por haber puesto en riesgo sus vidas. El proyecto lo llevan adelante hace muchos años.