Al igual que hizo con 1Q84 el escritor japonés más leído del mundo, que ha visto cómo esta nueva novela ha sido censurada en China por narrar escenas sexuales demasiado explícitas, divide su obra en dos partes.
La fragmentación en tomos y el gusto por las novelas largas son rasgos característicos de Haruki Murakami (Kioto, 1949), un autor obsesionado por temas inherentes al ser humano como el dolor, la soledad, el hastío o la desesperanza, siempre evocados en una cotidianeidad que se debate entre el sueño y la realidad y en la que la evocación juega un papel preponderante.
Tras un éxito arrollador en Japón, país donde se publicaron ambos tomos en 2017 y en el que se vendieron más de un millón y medio de copias, la última obra del autor nipón ha recibido una calurosa acogida en Alemania y Holanda, los dos primeros países europeos que la han traducido, y ha suscitado polémica en China.
La muerte y el comendador narra la historia de un retratista de cierto prestigio, uno de esos seres parcialmente anodinos que Murakami, a través de la primera persona, utiliza para dar rienda suelta a la vida interior de las emociones humanas, desplegadas en cada una de las páginas de la novela.
Una novela que comienza “en lo alto de una montaña junto a un estrecho valle” un lugar al norte de Japón que oscila entre la calma y la bruma, en el que el protagonista decide refugiarse tras descubrir la infidelidad de su mujer, retirado así de la bulliciosa ciudad y aislado en la antigua casa de un pintor famoso, ahora ingresado en una residencia.
La vida pasa para él entre libros y música, paseos y reflexiones, alejado del trabajo de retratista y con un reducido contacto con la sociedad, que consiste en algunas clases de pintura para principiantes que ofrece semanalmente en un taller y algunas aventuras sexuales con mujeres casadas de la zona.
Pero como siempre ocurre con Murakami, el misterio llega más pronto que tarde y la sugestión se convierte en enigma cuando el protagonista escucha unos sonidos extraños procedentes del desván de la casa, que le llevan a un cuadro oculto, que representa una escena del “Don Giovanni” de Mozart con la técnica de la pintura tradicional japonesa y que convulsionará su vida de forma inmediata.
Ahora bien, los sucesos vitales que experimenta el retratista no se reducen solo al cuadro, sino también a otros descubrimientos en torno a un extraño vecino que le ofrece una cantidad obscena por un retrato y que esconde un secreto, o a una melodía obsesiva que lleva al protagonista hasta un templete sintoísta perdido entre el follaje.
Toda una serie de hallazgos, que desvelarán de forma apaciguada la vida y el pasado del pintor, con guiños a obras como El gran Gatsby, todo un referente para Murakami, y conexiones con otras novelas del autor, como Tokio Blues, de la que recoge la desorientación vital y el desapego sentimental o Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, de donde hace más hincapié, si cabe, entre la frontera entre el sueño y la realidad.
Todos los enigmas de La muerte del comendador, que conforman un laberinto plagado de señales indescifrables a través de lo cotidiano tendrán una resolución en el II libro, con el que Murakami vence en una carrera de larga distancia con sus anteriores obras y continúa proyectándose al futuro como uno de los mayores novelistas de la literatura posmoderna