Por supuesto, el Ministerio Público de España calificó de “alarmante” este hecho. Y, entre varios factores destacados como posibles causas saltaron dos: La carencia de una formación adecuada en “materia ético-sexual” y un “inapropiado y precoz” consumo de pornografía dura, lo cual lleva a los niños y adolescentes a una “trivialización” de todo lo relacionado con la sexualidad.
Para rematar el informe, la Fiscalía española señala que no solo las perpetradas por menores de edad han aumentado, sino que, en general, los delitos de agresión sexual han crecido en ese país en un 31,5% solo en el último año.
Justo en estos días se está exhibiendo en los cines de Paraguay la película documental Sonidos de Libertad que muestra el espeluznante mundo de la trata de niños, muchos de ellos víctimas de consumidores de pornografía infantil a nivel global.
Dos caras de la misma moneda que tiene a niños en el centro de un huracán infracultural que está arrastrando a su paso miles de vidas humanas.
Muchos años atrás se establecieron en varios países de Europa políticas, ministerios estatales, currículum escolar, presupuestos y asesorías permanentes para tratar los problemas relacionados a la sexualidad de forma multidisciplinar y transversal, desde una perspectiva que en los años 90 se puso de moda (aunque ya existía desde antes), la cual básicamente acusa al machismo y a una especie de patriarcado cristiano, como los factores determinantes de la violencia sexual. La tesis de sus promotores era subvertir la cultura, cambiar el paradigma hacia la vivencia plena, diversa y “segura” del placer sexual como centro y con ello, acabar con la violencia. Su método fue “empoderar” a los niños ante sus padres opresores, a las mujeres ante sus parejas opresoras, a la sociedad civil ante las instituciones, etc., y ayudarlos a ejercer sus derechos libres de las “ataduras” morales del “antiguo régimen” cristiano-occidental, para ellos, patriarcal y opresor. Aunque hubo oposición a esta postura reduccionista e ideológica, esa perspectiva prácticamente se impuso en todos lados, también en España.
Por eso, hoy llama la atención para mal que toda esa movida casi obsesiva de tantos años, con tanta financiación y tanto apoyo mediático para eliminar la violencia sexual a través de plantillas ideológicas plasmadas en perspectivas como la de género, no den los resultados prometidos y que la violencia vaya en aumento. Los datos gritan que no se pueden pretender desechar los aspectos morales ni biológicos ni espirituales propios de la persona humana, al plantear su educación sexual. No resulta adoptar un adoctrinamiento que, por un lado, escupe contra los valores de la cultura cristiana y, por otro lado, promueve la hedonización de niños y el uso de la llamada “pornografía blanda” para “educar” en la sexualidad a los niños en las mismas escuelas, con la excusa de acabar con la violencia sexual.
Y no es un tema lejano o menor porque la globalización no solo expande tecnología y estilos de vida comunes, sino también problemas similares. De hecho, en Paraguay estamos recibiendo presiones internacionales para adoptar dichas perspectivas fallidas.
Es hora de escrutar la realidad y discernir.
La educación afectivo-sexual debe hacerse con ciencias y valores, considerar todas las dimensiones de la persona, fortalecer la identidad y el carácter, reconocer a la familia como institución básica o no es educación, sino adoctrinamiento.
Y, respondiendo a la pregunta inicial, no, no y no es por machismo que los niños se convierten en agresores sexuales están bebiendo el veneno que se les vendió como remedio.
Cuidemos a los niños.