19 oct. 2024

Soy ciudadana, soy política

La sociedad está compuesta por personas que realizan actividades diversas; cada una impacta en la vida social desde su rol en la familia, en la vida económica, desde su consumo hasta su aporte a la creación de riqueza y, desde luego, en la política. Según Wikipedia, un político es un ciudadano que en democracia participa con su opinión y su voto, influyendo con sus capacidades en las decisiones que se han de tomar para organizar todo lo que afecte a los intereses públicos. Entonces, sí, me meto en política.

En nuestro país, estando aún mucho por desarrollarse para alcanzar una calidad de vida digna y decente para todos, podemos claramente notar la ausencia del Estado, incluso en ámbitos fundamentales de su actuación, como educación, salud, seguridad y transporte. Si esto no fuera así, todos los hijos de los políticos y funcionarios públicos estarían en escuelas públicas, utilizarían los centros de salud, confiarían en la fuerza policial y se trasladarían en los inexistentes metrobús, tranvía, metro o tren.

Por lo tanto, resulta evidente que los sectores privado y social intervienen para brindar una serie de servicios y bienes que el Estado, en su ineficiencia, no brinda adecuadamente. Dwight D. Eisenhower afirmaba que la política debería ser la profesión a tiempo parcial de todo ciudadano, y no puedo estar más de acuerdo.

Pareciera que existe una capacidad innata, en algunos políticos, por inventar profecías autocumplidas con la ilusión de que funcionan. Por ejemplo, aquellos políticos que creen que los ciudadanos somos egoístas y no podemos obrar por caridad, valores cristianos ni tener un propósito altruista como misión de vida, sugiere la autopercepción de que el ladrón juzga por su condición. Incluso, cuando exista la evidencia de que algunas personas coincidan con esa descripción, mal harían en interpretar como una generalidad de la naturaleza humana.

Esta mirada miope y sesgada no es consistente con centenares de organizaciones de la sociedad civil, que involucran a miles de ciudadanos solidarios que diariamente cooperan desinteresadamente en la construcción del bien común, muchas veces desarrollando deberes que son del Estado. De ahí, que una de las crisis del totalitarismo radica en que su éxito a veces destruye parte de las instituciones que hicieron posible que existiera.

Tenemos que aprender a vivir como ciudadanos del planeta, ciudadanos de naciones y de regiones al mismo tiempo. Si definimos lo político, que es un quehacer humano, como un tema que nos liga contextualmente con otros seres humanos, entonces nacen opciones.

Si estamos preocupados por el país en el que vivimos, su futuro, y la eficiencia de las instituciones que deben brindar garantías de salud, educación, bienestar, entonces somos ciudadanos de la nación y estas manifestaciones nos otorgan sentido de pertenencia, que precisan de un diseño institucional formal y transparente.

Al fin y al cabo, si los ciudadanos que conformamos comunidades y organizaciones no estamos alertas, tarde o temprano nos terminará ganando el sinsentido, la politiquería o la desazón. Siendo que el sentido común no es el más común de los sentidos, podemos comprender la necesidad imperiosa de desarrollar y defender lo que nos une; las organizaciones sociales son una muralla moral de defensa a nuestras propias creencias y derechos.

Ya nos advertía Charles de Gaulle con su famosa reflexión: “He llegado a la conclusión de que la política es demasiado seria para dejarla en manos de los políticos”. Que el Espíritu Santo nos ilumine para tomar decisiones asertivas en la construcción del bien común.

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