Un lugar común al abordar la música paraguaya es afirmar –generalizando-, que la música paraguaya se agotó, que no hay composiciones ni letras nuevas que se adentren en el alma popular.
Es cierto que esa creatividad y ese talento inmensos de un conjunto relevante de autores de letra y música, que brillaron entre 1930 y 1950, han desaparecido. Han desaparecido porque el mundo ha cambiado. Y el gusto del público se ha ido diversificando.
Ese hecho, sin embargo, no significa que hoy no haya herederos significativos de aquellos que pertenecieron a la Edad de Oro de la música paraguaya que sigan enriqueciendo su repertorio. Uno de ellos es Pablo Benegas –nacido en Asunción el 17 de abril de 1985-, músico de formación académica, autor de una obra que hoy se escucha en las salas de concierto y en los yvyraguy (a la sombra de los árboles).
Ya de niño Pablo se inclinó hacia la música. A los siete años la guitarra empezaba a ser su compañera. A medida que iba creciendo, aquello que podía haber sido solo una afición infantil se fue metamorfoseando en una pasión.
Sus estudios con la profesora Svetlana Evreinoff, sus vínculos con el músico Óscar Fadlala y su paso por el programa televisivo Rojo le permitieron entender mejor que su camino en la vida no era el Derecho –a cuyas aulas apenas acudió unos meses-, sino la Música. Y que debía formarse.
En Buenos Aires, cursó la licenciatura en Composición Musical, en la Universidad Católica. Cuando sintió que la carrera le arrastraba en exceso hacia la música clásica, soltó amarras. Y ancló en la Escuela de Música Contemporánea, más acorde para alguien que venía del mundo del pop-rock y quería conectarse con una visión popular de la música para estudiar Armonía, Arreglos y Escritura de Canciones.
En eso andaba, ya en el quinto año de su formación, cuando vino a Asunción en el 2011 para las celebraciones del Bicentenario de la Independencia y el Día de la Madre.
“Viví el fervor patriótico de aquellos días. Fue el detonante no de la canción sino del sentimiento que yo venía incubando desde hacía tiempo. Al subir al avión para volver a Buenos Aires, se me vinieron todas las preguntas acerca de mi identidad. Quién soy. De dónde vengo. Cuál es mi camino. Las respuestas eran que soy paraguayo y que me debo a esta tierra. Concluí que, en consonancia con esa conclusión, como músico, debía hacer algo. Allí quedó mi pensamiento”, recuerda Pablo.
Transcurrieron los fríos días bonaerenses y llegó una madrugada única en la vida del cantautor, la del 26 de mayo.
“Yo tenía la costumbre de apagar las luces y tomar la guitarra para tocar unos acordes hasta dormir. Estaba en mi departamento de Ayacucho y Córdoba. En ese momento me reencuentro con la idea de la identidad en una situación de exilio, soledad, lejanía. Y allí, en no más de 15 minutos, me fue saliendo Si soy paraguayo, tengo que componer una polca, pensé. Antes de eso yo no amaba la música folclórica. Después de esto, sí. Tomé el patrón de la polca-canción. A la par que cantaba la letra de lo que sería su estribillo, aparecía la melodía. Todo vino uno detrás de otro, como si alguien me estuviera dictando. El boceto no tuvo ninguna tachadura. Yo no me atribuyo su creación. La música viene del Universo. Uno lo transcribe. Viene de un Creador porque el hombre es solo inventor”, rememora y reflexiona.
“Amanecí contento. Era mi humilde homenaje a los 200 años de independencia. Había resuelto un conflicto interior mío. Una amiga, Bárbara, de Argentina, fue la primera en escucharla. Me dijo que la grabara. La grabé en un estudio casero que yo tenía allí con un arreglo mío que surgió allí. La subí a mi cuenta de SoundCloud. Unos días después, de la producción de un programa de Enrique (Kike) Gamarra, desde Asunción me llamaron por la música. Kike me ayudó a inscribirla en la Dirección Nacional de Propiedad Intelectual (Dinapi). Después, como un relanzamiento, la incluí como bonus track de mi disco Canciones rotas”.
Pablo Benegas asegura que su mayor orgullo es que la canción “se haya insertado en las casas, en las escuelas, debajo de los árboles”.