En dos meses se cumplirán 33 años de la caída de Alfredo Stroessner, tras un golpe perpetrado por sus generales, amigos, familiares y correligionarios. Tras la asonada, se instaló la democracia, o un intento de ella, como en los demás países de la región que dejaron atrás una etapa negra de ignominia.
A diferencia de otros países, Paraguay siempre ha sido distinto porque aquí siguió gobernando el partido que sostuvo al dictador. Solo en el 2008 se dio fin al reinado de la ANR con el triunfo de Fernando Lugo, pero nuevamente en el 2013, luego de la destitución del ex obispo en el 2012, el Partido Colorado retornó al poder hasta hoy.
No es casualidad. El stronismo como modelo de gestión continúa como legado político: prebendarismo, corrupción y clientelismo. A esto se suma la impunidad, gracias a la debilidad institucional. A lo largo de estos años hubo cambios, pero no transformación.
Stroessner es una figura muy arraigada en la política paraguaya y su nombre aparece de tanto en tanto en la discusión política. Especialmente en etapas electorales y particularmente en la campaña colorada. Es como un amuleto de la buena suerte. Presidentes colorados de los últimos diez años lo reivindicaron como figura: Horacio Cartes mantuvo polémicas con periodistas cuando le preguntaban por el ex dictador. Cuando era candidato tuvo una primera escaramuza con víctimas de la dictadura cuando en una entrevista en un diario chileno elogió la etapa de orden y progreso. En otra ocasión, cuando intentó convertir en embajador al nieto Goli Stroessner y fue cuestionado, respondió fastidiado: “Qué tenés contra Stroessner, te sacó la novia o qué?”. Nunca cuestionó la dictadura.
Mario Abdo Benítez es el vivo ejemplo de que el stronismo no es una cruz sino un activo importante dentro de la ANR. Ser el hijo del ex secretario privado del dictador probablemente le redituó votos para llegar a la presidencia de la República. De hecho, reivindica el stronismo cada vez que se le pregunta.
Hoy se suma el vicepresidente Hugo Velázquez, precandidato presidencial, quien hablando de sus planes de gobierno para el sector campesino señaló la importancia de la cooperativa y la mecanización para los pequeños productores. “Vamos a hacer que en el campo se vuelva a vivir bien como en la época del general Stroessner”, remató muy suelto de cuerpo.
Habría que preguntar al vicepresidente qué libros de historia leyó. Porque la mayoría de los estudios sobre la reforma agraria concluyen que en esa etapa se concretó la distribución más desigual e injusta de la tierra. Más de 8 millones de hectáreas fueron entregadas por la dictadura a sus aliados políticos, empobreciendo a miles de campesinos, muchos de los cuales fueron asesinados o encarcelados por reclamar sus derechos o simplemente porque intentaron modos comunitarios de vida.
EL DISCURSO. La recurrencia al stronismo no es ajena a la política nacional. Paraguay nunca dejó atrás el envase autoritario y un alto porcentaje de la población sigue creyendo que es el mejor modelo. Hace poco se publicó una encuesta con números preocupantes. El 56% no apoya la democracia, un 24% prefiere un gobierno autoritario y un 46% apoyaría un gobierno militar. Estos números son el caldo de cultivo para liderazgos autoritarios, mesiánicos o neofascistas. Son la consecuencia de la incapacidad política de resolver los grandes y complejos problemas sociales y económicos, dando pie a los nostálgicos dictatoriales que sentencian con banalidad que “la democracia no sirve”.
Basta con mirar el mundo para ver que hay un impactante retroceso en materia de democracia. En Chile la elección presidencial está polarizada entre la extrema derecha, que reivindica el pinochetismo sin la mínima vergüenza, y la extrema izquierda. Los chilenos decidirán su destino el 19 de diciembre.
El autoritarismo dejó de ser vergonzante para volverse una propuesta política pública, abierta y desafiante gracias a la polarización de la sociedad y los problemas irresueltos de los sucesivos gobiernos democráticos. Ya no se esconde detrás de candidaturas conservadoras edulcoradas con discursos políticamente correctos.
En Paraguay nunca se ha ido totalmente. Y las pruebas están a la vista.
Las desacertadas palabras del vicepresidente o de cualquier otro candidato que abraza las corrientes autoritarias o modelos de exclusión más sofisticados en su discurso, pero similares en pensamiento y acción, deben ser denunciadas, combatidas y derrotadas en cuanto escenario se presentan.
La resistencia a este modelo que no ha muerto y que sobrevive en camaleónicas candidaturas debe ser cada vez más fuerte.
Es un imperativo ético.