El planeta en cuestión es un gigante gaseoso y caliente donde la vida tal como la conocemos sería imposible, pero este descubrimiento implica que estas observaciones también pueden darse en planetas rocosos –con el objetivo último de determinar si uno de ellos abriga condiciones favorables a la vida–.
“Para mí, es una puerta que se abre para estudios futuros de supertierras, incluso de tierras”, declaró el jueves a la AFP Pierre-Olivier Lagage, astrofísico del Comisariado de la Energía Atómica (CEA) y uno de los tres coautores de estos trabajos publicados en la revista científica Nature.
“Mi primera reacción: guau, de verdad tenemos la posibilidad de detectar las atmósferas de planetas de la talla de la Tierra”, comentó en Twitter la profesora en astrofísica Natalie Batalha, de la universidad de California en Santa Cruz.
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La detección de CO2, además, va a permitir aprender más sobre la formación de este planeta, llamado WASP-39 b y que fue descubierto en 2011, precisó la NASA. Situado a 700 años luz, el planeta es de cerca de un cuarto de la masa de Júpiter y está muy cercano a su sol.
Este planeta fue seleccionado a partir de varios criterios que hacían su observación más fácil en momentos en que los científicos todavía evalúan las capacidades del telescopio, que reveló sus primeras imágenes hace menos de dos meses.
WASP-39 b pasa periódicamente delante de su sol (con una órbita de cuatro días).
Para sus observaciones, el James Webb usa el método de tránsitos, es decir, cuando el planeta pasa delante de su estrella, el telescopio capta la ínfima variación de luminosidad resultante.
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Enseguida analiza la luz “filtrada” a través de la atmósfera del planeta. Las diferentes moléculas presentes en la atmósfera dejan marcas específicas que permiten determinar su composición.
Los telescopios Hubble y Spitzer ya habían detectado vapor de agua, sodio y potasio en la atmósfera de este planeta, pero el James Webb pudo ir más lejos gracias a su enorme sensibilidad de infrarrojos.
En el comunicado de la NASA, Zafar Rustamkulov, de la universidad Johns Hopkins, comenta lo que sintió cuando la presencia de CO2 fue claramente establecida: “Fue un momento especial, alcanzar un punto de inflexión en la ciencia de los exoplanetas”.